La “revolución pingüina” logró poner en crisis lo que en nuestra democracia queda de dictadura militar. Manuel Guerrero A.

La “revolución pingüina” logró poner en crisis lo que en nuestra democracia queda de dictadura militar en el ámbito del sentido común desde el cual las personas nos representamos a nosotros mismos y a nuestra relación con el mundo.
Como es conocido, la dictadura no ejerció solamente violencia y represión, sino toda una operación hegemónica de carácter cultural. Al servicio de su proyecto ordenador de corte fascista, hizo circular un discurso ideológico específico, basado en relecturas y desplazamientos de la historia de Chile, a partir de la doctrina de seguridad nacional, el rescate de la democracia autoritaria, junto a elementos propios del fascismo clásico como el rol del conductor y la raza, y una desfiguración del catolicismo. El discurso ideológico, sin embargo, no se agotó en estos elementos, porque se trató de instalar “nuevos elementos” en el campo de juego. Este nuevo elemento tuvo que ver con la exaltación del mercado como mecanismo autorregulador de todas las esferas de lo social. Este fue el golpe verdadero a los señores políticos: “Ustedes no sólo no existen; los estamos eliminando físicamente, sino que, además, ya no tienen razón de ser”.Desde este discurso, el espacio público y la política se volvieron innecesarios una vez que el mercado es el que regula de manera natural la economía y el conjunto de las relaciones sociales. La democracia representativa, por tanto, apareció como una “ficción” democrática, que sólo daba lugar a la tiranía de los políticos.

El Estado debía jugar un rol subsidiario, de apoyo al libre desarrollo del mercado, ser su guardián protector, reduciéndose la democracia a la libertad de consumir.
Lo fundamental de esta operación hegemónica fue hacer desaparecer, en lo posible, el espacio de la democracia que advino al momento de caer la dictadura, como un régimen de vida político público, es decir, colectivo, instalando en su lugar un sentido común que sirviera de base de sustentación y reproducción del modelo económico neoliberal.
Este sentido común contiene una fuerte propensión al pesimismo en casi todo lo relacionado a iniciativas colectivas y había funcionado, hasta la emergencia rotunda de este movimiento estudiantil, como una matriz atomizante de lo social, teniendo por efecto la individualización de las relaciones y los hechos.
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