Los pobres más pobres no se ven. Javier Alvarez ss.cc

Para entrar en casa, hay que pasar por la calle del mercadillo de maíz.

Los molinos eléctricos están en la parcela de al lado. La gente compra el maíz en grano y se pone en cola para molerlo, casi siempre esperando a que vuelva la corriente, que va y viene según le dé.
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Esta mañana, al pasar, me fijé en las medidas que se usan para vender. Cada vez más pequeñas. Antes había latas de casi un litro de capacidad.
Ahora se llega a vender por vasos, medio vaso, un dedal… ¡Qué miseria, Dios mío! Entré en casa resoplando y quejándome de tanta pobreza.

¿Cuándo levantará cabeza el país y la gente podrá comer hasta saciarse?

Tuve que salir por la noche.

Las vendedoras de maíz se habían ido hace rato.
Los molinos estaban apagados y envueltos en plásticos hasta el día siguiente. La calle estaba oscura y solitaria. De repente, distinguí unas figuras moviéndose en la penumbra.
Una mujer muy mayor y una niña pequeña, las dos a gatas por el suelo. Tardé un momento en darme cuenta del espectáculo que ocurría a pocos pasos de mí.


La abuela y la nieta andaban recogiendo restos de harina al pie de los molinos, y algún que otro grano de maíz perdido entre la arena y las hierbas.

Iban palpando el suelo; apenas había luz. Metían lo que pescaban en una bolsita de plástico: un revoltijo de harina oscura, tierra, granos de maíz y suciedad.

Probablemente, la única comida del día cuando, al volver a casa, lo hiervan todo –con algunas brasas recogidas de quién sabe dónde– y se lo coman.
Los que por la mañana compraban un puñado de maíz y lo molían me parecían ahora afortunados.


Siempre hay alguien más pobre que llega detrás recogiendo los restos de los anteriores.

Los pobres más pobres no se ven.


Tampoco son de los que vienen a pedir, de los que se acercan a nosotros buscando ayuda.
Los pobres más pobres ni siquiera se atreven a darse a conocer. Para verlos hay que buscarlos, de noche, donde parece que no hay nadie.
Me costó dormir.


Pensaba en la vieja y la niña separando la harina de la arena, limpiando el maíz grano a grano, metiendo todo en la cazuela, preparando una comida que, seguramente, no sería sólo para las dos…

Sabe Dios quién les estaría esperando, quizás aun más pobre y sufriente que ellas…

Javier Alvarez es misionero de los ss.cc. y vive en Mozambique.

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