Parecer ético es una cuestión de estética, típica del oportunismo. Ser ético es una cuestión de carácter

¿Hay espacios para valores cualitativos de ética en una sociedad tan cuantificada por el mercado?
¿Ante la impunidad de políticos comprobadamente anti-éticos, hay esperanza de que bienes infinitos, como acentuaba el profesor Milton Santos, prevalezcan sobre bienes finitos?
¿La ética sería una mera cuestión de estética, enmarcando a la mujer de César, aunque ella no sea honesta?



Ética proviene del griego ethos, usos y costumbres adoptados en una sociedad
para que se evite la barbarie de la voluntad de violar los derechos de todos.
El valor universal debe estar enraizado en el corazón humano. Difiere del pecado.
Esto deriva de algo que viene de fuera de la persona -la voluntad de Dios, los
mandamientos, la culpa originada de la trasgresión de la ley divina. La ética
viene de dentro, iluminada por la razón y fomentada por la práctica de las
virtudes.

La mitología, religión de los griegos repleta de ejemplos nada edificantes, los obligó a buscar en la razón los principios normativos de nuestra buena convivencia social.
La promiscuidad reinante en el Olimpo podría ser objeto de creencia, pero no concierne traducirse en aptitudes; la razón ha conquistado autonomía frente a la religión, así como nos enseñan las obras de Platón y Aristóteles e, indirectamente, la sabiduría de Sócrates.




Si nuestra moral no deriva de los dioses, entonces somos nosotros, seres
racionales, que debemos erigirla.
En Antífona, obras de Sófocles, en nombre de razones del Estado Creonte prohíbe a Antígona de sepultar su hermano Polinice. Ella se rehúsa a obedecer “
leyes no escritas, inmutables, que no existen desde hoy ni de ayer, que nadie sabe cuando aparecieron.
Es la afirmación de la consciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado, del derecho natural sobre el divino.

¿Pero nosotros tenemos la consciencia ética¿Y esa consciencia individual converge a los intereses colectivos? Sócrates defendía que la ética exige normas constantes e inmutables.
No puede quedar en la dependencia de la diversidad de opiniones.

En su obra República, Platón recuerda que para Trasímaco la ética de una sociedad refleja los intereses de quien detiene el poder. Dicho concepto es retomado por Marx y aplicado a la ideología.
¿Qué es el poder?
Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un partido o clase social de imponer su voluntad a la voluntad de los demás.

En la versión de Paulo Freire, en una sociedad desigual la cabeza del oprimido tiende a hospedar la cabeza del opresor. Eso significa que la clase política, por detener el poder, normaliza (o no) los principios éticos que rigen a una sociedad.Adoptando el “jeitinho” (habilidad), el nepotismo y el corporativismo ella los relativiza.O lo niega por la práctica de la corrupción, de la malversación, del enriquecimiento con el dinero público.


Aristóteles rechaza la Teoría del Bien y pone la pelota en el suelo: ¿Qué es lo que más desean las personas?La felicidad, contesta correctamente; incluso cuando practican el mal, recuerda Tomas de Aquino. San Agustín, influenciado por Platón, dirá que el ser humano vive en la permanente tensión entre la ley y el amor, la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. La primera exige coerción y represión para combatir el mal, y esa función sólo puede ser ejercida por quien gobierna en pro de la comunidad.
En la ciudad de Dios predominan el amor, el perdón y la persuasión.
Se introduce esa dialéctica definitivamente en la política y aparece, en la Edad Media, bajo la teoría de las “dos espadas”; en Lutero, la lucha
entre los “dos reinos”; en la teología actual, la no-violencia y la violencia revolucionaria;en la filosofía política, la distinción entre ética en la política y ética de la política.

San Tomas de Aquino destaca la irreductible precedencia de la consciencia individual, buscando sin embargo el equilibrio que evite los riesgos de relativismo y jurídicos. El primero instaura la anarquía cuando cada uno, desde su propia consciencia, se considera juez de sí mismo; el segundo niega la libertad humana al identificar lo legal con lo justo, y erigir la ley en principio supuestamente inmutable.

Los iluministas, como Kant y Hume, crean la ética en la naturaleza humana; imprimiéndole autonomía ante la ética cristiana, centrada en la fe. “Incluso el Santo del Evangelio –dice Kant– debe ser comparado con nuestro ideal de perfección moral antes de ser reconocido como tal” (Fundamentos de la metafísica de las costumbres). Hay en nosotros un sentido innato del deber y no dejo de hacer algo por ser pecado, sino que por ser injusto.
Y nuestra ética individual se debe complementar por la ética social, ya que no somos un rebaño de individuos, sino una sociedad que exige, a su buena convivencia, normas y leyes y, sobretodo, la cooperación entre unos y los otros.

Ética universal

La filosofía moderna hará una distinción aparentemente avanzada y que, de hecho, abre un nuevo campo de tensión cuando destaca que, respetada la ley, cada persona es dueña de su nariz. La privacidad como reino de la libertad total. El problema de ese enunciado es que desplaza la ética de la responsabilidad social (cada uno debe preocuparse de todos) a los derechos individuales (cada cual que cuide de si).

Esa distinción amenaza la ética de ceder al subjetivismo egocéntrico.
Tengo derechos, prescritos en una Declaración Universal, pero y ¿los deberes? ¿Qué obligaciones tengo yo con la sociedad en que vivo? ¿Qué tengo que con el hambriento, el oprimido y el excluido?

De ahí la importancia del concepto de ciudadanía
. Las personas son distintas y, en una sociedad desigual, tratadas según su importancia en la escala social. Pero el ciudadano, pobre o rico, es un ser que posee derechos inviolables, y está bajo las leyes como todos los otros. En el caso “Francelino”, la caída del ministro brasileño Palocci, acusado de violar el sigilo bancario del cuidador de una casa, es un buen ejemplo de como la ciudadanía inhibe el arbitrio.

Una ética que se pretenda universal no puede restringirse a una óptica negativa que prohíba la violación de derechos fundamentales. Se debe coronarla con su aspecto positivo, destacando virtudes, valores, costumbres y responsabilidades sociales, sin olvidar que la felicidad –el bien supremo– exige condiciones subjetivas y objetivas, articula lo personal con lo social, incluyendo la preservación del medio ambiente.

En la actual coyuntura, pareciera no haber justicia en el reino de la política para quien infringe la ética, ni reconocimiento para quien la practica. Cuando mucho, se queda en la ética del mínimo: hago lo que la ley no prohíbe. Quien detiene una función política sirve, quiera o no, de parámetro para la sociedad. No es suficiente que se respete las leyes. Se debe actuar con justicia y generosidad, y sus actitudes deben pautarse por el rigor ético.
Caso contrario, será contado entre los hipócritas, aquellos que, en el teatro griego, hablaban una cosa mientras los autores hacían otra.
Es lo que actualmente se llama estética del marketing electoral; se ornamenta el embuste para que las ambiciones personales sean coronadas por el aura del deber cívico en pro del bien común.

No basta, sin embargo, suponer que la ética depende exclusivamente de las virtudes personales. Como decía Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”.
Se debe fundar la ética en el modo de organizar la sociedad.
Si las instituciones son verdaderamente democráticas, transparentes; si hay libertad de prensa; si los movimientos sociales disponen de fuerza y mecanismos para presionar el poder público; entonces las actitudes anti-éticas se dificultan.
Por eso los políticos sin carácter no luchan por la reforma política, por la democracia participativa, por el acceso de la acción popular al poder público.

El elector cuando vota debe evaluar la conducta ética del candidato, su vida anterior, los principios que lo rigen y los objetivos que tienen en vista.
Es el camino para que perfeccionemos las instituciones y la democracia.

Sin embargo, la ética de la política no puede depender de las virtudes personales de los políticos. Como advierte el Génesis, todo ser humano tiene una fecha de vencimiento y fallas en la fabricación, al cual el autor bíblico llama ‘pecado original’.

Más que los individuos, son las instituciones sociales las que deben estar impregnadas de ética. Así, aunque el individuo quiera corromper o dejarse corromper, queda en la voluntad y en la tentación, impedido por la mezcla (argamasa) jurídica que sustenta las instituciones vedadas a las lagunas que favorecen la impunidad.

Parecer ético es una cuestión de estética, típica del oportunismo. Ser ético es una cuestión de carácter.


Como advierte el Génesis, todo ser humano tiene fecha de vencimiento y fallas de fabricación, lo que el autor bíblico llama de ‘pecado original’
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Antes de la Barbarie
Frei Betto, escritor, autor, en conjunto con L.F. Veríssimo y otros, de El desafío ético (Garamond), entre otros libros

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