Mirada de la Iglesia y la Cultura Actual. Teólogo Sergio Silva sscc


El teólogo Sergio Silva sscc entrega su visión de acuerdo a los tiempos de la iglesia y la cultura .


Cuando le preguntan cuál es el futuro de la Iglesia contesta diciendo que es difícil saberlo. Cree que va a convertirse en un rebaño cada vez más pequeño, porque se ha producido en estos años la ruptura de una especie de protección sacral que existía, y eso se percibe cuando observamos a la juventud. Cuenta que para los jóvenes no hay nada dado. Visto desde nosotros se puede pensar que es falta de respeto, y no es así, sino que se rompió esa ampolla sacral que rodeaba a lo religioso, pero también a otras realidades: los padres de la patria, la autoridad paterna…
Los invito entonces a reflexionar la siguiente entrevista recopilada desde la web de los sscc.


Entrevista a Sergio Silva Gatica ss.cc., teólogo.
Sergio Silva religioso sscc con 40 años de ministerio. Además ingeniero civil de la UC. Pero Sergio es, importantemente, teólogo, un hombre consagrado a rumiar la fe en el mundo presente. Doctor en teología, desde 1973 profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica, d fue su decano durante dos períodos.

Sergio, ¿cuál es la misión de un teólogo en la Iglesia?
Lo más general que podría decir es que el teólogo trata de pensar la fe de acuerdo a las circunstancias que se viven. Por lo mismo, tiene que tener dos pies: uno instalado en la cultura, en las corrientes de pensamiento, en la sensibilidad del tiempo; y otro puesto en la vida de los creyentes. Se trata de ayudar a los cristianos a vivir la fe en este mundo, y no creando una especie de ghetto o de guerra contra el mundo. Entonces, se trata de ayudar a la Iglesia entera a vivir la fe en este mundo.
Para esto hay que desprender la fe de tanta cosa que se le ha pegado de otras culturas. Hay que saber discernir en lo que hemos recibido, qué hay de auténtico evangelio y qué hay de adherencias culturales. La inculturación ayuda a vivir la fe en una cultura determinada, pero al cambiar la cultura, esa “fe inculturada” se puede convertir en obstáculo para insertarse en otra cultura. Nunca tenemos la fe pura, el trasvasije siempre es complejo y, a veces, muy doloroso.
A propósito de la cultura, en el artículo que escribiste hace poco sobre la teología de la liberación (ver “Archivo Abierto” en este sitio web), señalas que la opresión y la injusticia tienen una dimensión cultural. ¿A qué te refieres?
Lo explico con un ejemplo. Hasta el siglo XIX, la esclavitud fue considerada una cosa más o menos normal. En tiempos de san Pablo, la esclavitud era normal, como lo muestra su decisión de devolver a Filemón su esclavo Onésimo. Algo injusto es legitimado por la cultura.


¿Y qué rasgos opresores ves en la cultura actual?

Por ejemplo, el tema de las leyes de mercado, que es un problema que oprime también a los buenos empresarios. Hace poco estaba con un sobrino mío que es constructor civil y me decía: “a mis trabajadores yo les pago 150, 200 o 220 mil pesos, no sé cómo pueden vivir así”. Es decir, se dan cuenta, pero hay empresas que a veces no pueden hacer otra cosa, porque también ellas están atenazadas por las leyes del mercado.
¿Ves manifestaciones de esta opresión cultural en el mundo de la familia, de la educación?
El machismo, por ejemplo, que a veces es también de la mujer. Esteban Gumucio contaba una vez que vio a un hombre mayor pegándole a su mujer y él intervino, y fue la mujer la que le dijo: “¡qué se mete usted, en lo suyo pega!”. Cómo no va a ser opresor eso… O tanta cosa de baja autoestima que hay en los pobres, que tienen metido dentro de que ellos no pueden, no valen.
Otra manifestación que muestra que lo cultural puede ser opresivo es lo que pasa con la naturaleza, que en la modernidad se ha visto como un recurso natural absolutamente disponible; creemos que con ella se puede hacer lo que queramos, y eso es malo para la naturaleza y para nosotros.

¿Qué hacer como iglesia, como creyentes, en este contexto?

Hay un trabajo en el nivel propiamente intelectual, de la palabra. Hay que ayudar a ver. Para acabar con la esclavitud, con el machismo…, hay que mostrar que son realidades malas. Pero luego hay que hacer cosas, sobre todo empezando en el plano local, en lo pequeño, para ir irradiando desde allí… Creo que venimos de vuelta de la borrachera de los años ’60, con los grandes proyectos globales, planificados, de transformación global y completa, y que llevaron al desastre… En un mundo tan complejo como el de hoy, pretender planificarlo todo es imposible. Hay que provocar focos homeopáticos de disturbio, de formación, de novedad. Una pequeña empresa solidaria, un equipo de familias que luchan contra el machismo propio y el de su ambiente…, por ahí deben ir los intentos.
A propósito de nuestra relación con la naturaleza, tú has estudiado bastante el tema de la técnica. Has planteado que la técnica también contribuye a la exclusión y a la opresión…
La técnica es cada vez más poderosa y, por consiguiente, cada vez más sometedora de la naturaleza, con todas las consecuencias de eso que los técnicos llaman “efectos secundarios”, pero que son tan primarios como lo que ellos buscan. El motor produce movimiento y humo; los técnicos llaman al humo “efecto secundario”, porque lo que ellos querían era el movimiento. Al humo le llaman efecto secundario, con lo que queda la impresión de que es un efecto menor, pero sabemos que es igualmente principal y que causa un daño grande.
Por otra parte, está el tema del trabajador: el que diseña los procesos productivos es un ingeniero, luego los obreros quedan sometidos a ese proceso. Piensa en lo que está pasando en el mundo ejecutivo: a menudo los mandan a un seminario o a otros trabajos, independientemente de su vida familiar; quedan sometidos a un engranaje que no los respeta. El mismo engranaje físico que mostraba Chaplin en la película “Tiempos Modernos”, se ha convertido en un engranaje psicosocial. Por eso, una cosa que yo he alegado en todos mis escritos, es que hay que rediseñar la técnica incorporándole un doble respeto: respeto por la naturaleza y respeto por el trabajador.
Y en la vida más cotidiana, la que se vive en la casa, en la escuela, ¿qué peligros ves en el uso de la técnica?
Muchos peligros, sobre todo la adicción. Internet es un océano infinito de información, de entretención. La misma TV, cuando tienes conexión satelital puedes pasearte por 400 canales, eso te deforma completamente. A inicios de los ’70, un amigo mío tenía la TV en un mueble cerrado, miraba la programación y encendía el aparato si algo le interesaba. Eso hoy nadie lo hace, sino que se hace zapping, se va de una escena a otra y se queda en una si algo nos pesca… Es como agarrar la mitad de una frase, es una cosa dispersadora, que quita profundidad.
¿Y qué consecuencias tiene esto para la apertura a lo trascendente, para la búsqueda de Dios?
Pascal hablaba del permanente estar volcado hacia fuera, y a Dios lo encontramos dentro. La búsqueda de Dios supone un movimiento entre el dentro y el fuera, pero el puro fuera no te entrega a Dios. Es lo de San Agustín: “Tarde te amé…, yo te buscaba fuera, en las cosas hermosas que creaste, y tú estabas dentro”. Una vez que descubrimos a Dios dentro, podemos buscarlo fuera, de otro modo no hay caso.
Entrando en otro aspecto de nuestra realidad. Hace muchos años, en 1991, escribiste un artículo que en ese momento provocó bastante impacto. Se llamaba “¿Adónde va la Iglesia?”, y te mostrabas crítico de la excesiva preocupación en las cuestiones intraeclesiales y el retroceso en la apertura al mundo. ¿Cómo ves hoy a la Iglesia?
Una cosa positiva que ha pasado en Chile, medio milagrosa, es que por dos períodos consecutivos los obispos han elegido como presidente de la Conferencia Episcopal a don Alejandro Goic. Él representa a una iglesia dialogante, no a una iglesia que enfrenta y atropella, sino que dialoga, que trata de ver, que acompaña, que busca caminos junto a otros.
Otra cosa que me ha sorprendido es la sencillez, la modestia del Papa actual. Poco antes de la elección, me hicieron una entrevista en las Últimas Noticias y la titularon con una frase que yo dije: “Me gustaría que el próximo Papa fuera más calladito”. Creo que ha sido así, es más reposado. El estilo de sus primeras encíclicas es más reflexivo, más propiamente teológico. Como que quiere ayudarnos a ver el fondo del Misterio y que después actuemos. No está preocupado tanto del actuar, y eso me gusta. Hay que contemplar el misterio del amor de Dios, contemplar dónde se encuentra nuestra esperanza, y eso es lo que nos tiene que transformar, y no sólo las recetas de acción.
¿Y cómo ves el futuro de la Iglesia? ¿Adónde va?
Es difícil saberlo. Yo creo que va a convertirse en un rebaño cada vez más pequeño, porque creo que se ha producido en estos años la ruptura de una especie de protección sacral que existía, y eso lo percibe uno en la juventud. Para los jóvenes no hay nada dado. Visto desde nosotros se puede pensar que es falta de respeto, y no es así, sino que se rompió esa ampolla sacral que rodeaba a lo religioso, pero también a otras realidades: los padres de la patria, la autoridad paterna…
Y respecto de lo religioso, ¿eso es positivo o negativo?
Yo creo que es positivo, porque ahora estamos obligados a convencer. El creyente va a ser un creyente convencido. El “cristianismo de tradición” se va a acabar. El católico que en un censo dice “póngale católico”, cuando le preguntan su religión, se va a acabar, porque no ha habido encuentro con Jesús.
En el artículo sobre la teología de la liberación, hablas de la felicidad y los pobres. Señalas que hay un cierto discurso ilustrado que no ha atendido suficientemente a esta dimensión de la felicidad. ¿Por qué es tan importante el tema de la felicidad?
Yo creo que la felicidad viene cuando uno encuentra sentido. Las condiciones exteriores son importantes, necesarias, pero lo fundamental es el sentido. Me impresionó mucho hace algunos años el libro de Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido, que escribió al año de dejar el campo de concentración nazi, porque muestra que él sobrevivió a esa experiencia horrorosa porque tenía un sentido: volver a encontrarse con su mujer, con quien estaba recién casado cuando lo tomaron preso. Su único afán era volver a encontrarse con su mujer cuando saliera. Ella murió, así que no la pudo encontrar, pero él sobrevivió por su afán. Él cita unas palabras que creo que son de Nietzche: “Cuando hay un por qué, cualquier cómo es posible, soportable”. El ser humano soporta cualquier cosa cuando tiene un por qué. Y eso es la verdad pura. Cuando tú tienes sentido, las situaciones externas en el fondo se hacen secundarias. Y eso lo ve uno en tanta gente: muchos viven pobres, pero tienen la certeza de que el Señor los ama, y viven felices, aunque sufren mucho. Tienen una felicidad en el fondo que no se las quita nadie.
Una última pregunta: ¿qué piensas de la vida religiosa? ¿cuál debiera ser su aporte principal en este mundo y en esta iglesia?
Me gustaría que pudiéramos ser como talleres de vida nueva, donde pudiéramos crear formas nuevas de vida. Y siento una pena grande, porque no lo hacemos suficientemente. Formas nuevas de trato con la naturaleza, formas nuevas de relaciones entre nosotros, que sean sanadoras de las heridas que todos traemos. Formas nuevas de inserción con los demás, de celebración de la liturgia… Estamos tan volcados a la tarea, que no nos damos tiempo para emprender estos desafíos.
Fuente : sscc





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