¿Repensar la muerte de Jesús?



Equipo SSCC Debates *

Iniciada la Semana Santa con el domingo de Ramos, la Iglesia estará ofreciéndonos nuevamente la predicación sobre la muerte (y resurrección) de Jesús. Pero ¿cuál predicación? Es muy probable que todavía sigamos escuchando una predicación acerca de un concepto de “redención” muy discutible.
Dicho muy simplemente: el plan de Dios, desbaratado por el “pecado original” planteado en el mítico texto del Génesis, ha necesitado de un nuevo plan de redención a fin de satisfacer la infinita ofensa que se le infligió a Dios. Esa redención consistió en la “venida de Dios al mundo”, encarnándose en Jesús, para asumir así nuestra representación y “pagar” por nosotros a Dios una reparación por semejante ofensa infinita. Por esto, Jesús debió sufrir indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para “repararla”, redimiendo y rescatando de esa forma a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios.

Muchos cristianos se sienten mal hoy día ante semejante teología, que los llevaría a deducir que el Padre de Jesús hubiese deseado la muerte de su hijo (¡ningún padre quiere que muera su hijo!); e incluso más, que nuestro Dios es terrible a la hora de exigir “satisfacción” por una ofensa recibida, mostrándose sádico y despiadado. Nos resulta injusto, por parte de Dios, pedir la vida de un inocente en vez de la de los verdaderos culpables. Nos resulta absurdo suponer que nos reconciliamos con Dios mediante una acto que, objetivamente hablando, es un crimen todavía mayor que el pecado que pretende reparar.

De hecho, esta versión corresponde a la construcción interpretativa del misterio de Cristo, realizada en la Edad Media por san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, “imaginó” una forma de explicarse a sí mismo, en aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús como una “sustitución penal satisfactoria”.

¿De qué manera podemos repensar la muerte de Jesús? La realidad es que la muerte de Jesús fue querida solamente por la maldad humana. Como señaló el propio Jesús: “Ésta es la hora de ustedes: cuando las tinieblas dominan” (Lucas 22,53).

¿Cuál era entonces la voluntad de Dios sobre Jesús?, ¿aquella supuesta en su oración: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Marcos 14,36)? Lo que Dios realmente quería es que su hijo fuese fiel a su misión hasta sus últimas consecuencias; hasta dar la vida si fuere necesario, incluso a través de la muerte violenta, con tal de no claudicar de un amor entero, total, sin reservas, “hasta el extremo” (Juan 13,1). Esto nos lleva a valorar la cruz como el momento en que Jesús manifestó hasta dónde llegaba su amor: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15,13).

Ahora bien, es cierto que algunos textos del Nuevo Testamento, repetidas veces, hablan de la redención de Cristo en términos de liberación mediante el pago con su sangre de un rescate. Pero concordemos en que se trata de una imagen que, como cualquier otra imagen, no puede ser tomada al pie de la letra.

En síntesis, se puede afirmar: la redención no pudo ser por el sufrimiento sino por el amor, aunque fuera en el sufrimiento, y en este sentido podemos decir “sus heridas nos curaron” (Isaías 53,5). Es lógico: lo que faltaba en el mundo no era dolor sino amor. Esto es lo que vino a traernos Jesús. Las consecuencias para nosotros de este acto de amor del pasado, deben expresarse en nuestro presente en numerosas y creativas formas de amor, que aseguren desde ya un futuro tal como Dios lo quiere. Si no fuera así, la Semana Santa no pasaría de ser un mero recordatorio, lejos todavía de lo que quería Jesús: que hiciéramos memoria de él, viviendo como él, amando como él, hasta las últimas consecuencias.

* A partir de varios autores.

Fuente: SSCC



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