La mujer en la sociedad y en la Iglesia

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Carolina Correa Maturana
19.6.2005


En el documento de los obispos “El Camino hacia el Bicentenario de la Independencia Nacional” que hoy se nos presenta como texto base para reflexionar en el Centro Teológico Manuel Larraín, me parece interesante observar que precisamente el tema de este grupo “La mujer en la sociedad y en la Iglesia” no es abordado por los obispos como un tema particular, vale decir en cuanto constructoras de la sociedad (II parte del documento), sino más bien, se presenta como uno de los temas valóricos que se debiesen discernir para articular el debido respeto de los derechos humanos, específicamente en la lucha contra la discriminación de las mujeres (7). Al referirse a los valores que orientan a la Iglesia Católica, los obispos señalan “la dignidad incuestionable de la persona humana y de toda persona humana”, en la medida en que el hombre -varón y mujer- es imagen del mismo Dios (19). En la segunda parte del documento, los Obispos al detenerse en la familia como núcleo esencial de la vida en sociedad (70) incorporan la realidad de muchos hogares que sufren y manifiestan una especial preocupación por las familias monoparentales, por la mujer sola y jefa de hogar (74).

Quizás podría decirse que es un signo de los tiempos en cuanto signo que hace tiempo viene ocurriendo, pues la Iglesia en su ámbito más oficial o magisterial no se refiere a los cambios sociales que han influido en el ser mujer y por ende en el ser varón, como tampoco a lo que estos han significado para la relación entre ambos. Lo que por otra parte sí ha hecho con otros temas relevantes del acontecer mundial. Lo cual no se condice con el actuar protagónico que ha tenido la mujer en el ámbito de la Iglesia local. La mujer en la parroquia, en las comunidades de base, en el voluntariado, en el apostolado, ha sido sin duda quien ha articulado un sentido de pertenencia eclesial. No obstante, tal papel ciertamente sintoniza con la postura y propuesta evangélica, donde el Hijo de Dios desafió lo que se esperaba de la mujer en su época, ejemplo de ello son el trato de Jesús con María Magdalena (Lc 7,36-50) con la mujer samaritana, (Jn 4,1-45) con las mujeres en el sepulcro (Mt 28,1-10), entre otras.

Al referirnos al tema de “la mujer en la sociedad y en la Iglesia”, resulta fundamental señalar los cambios que han venido ocurriendo en lo social desde el siglo pasado, que necesariamente han ido modificando y/o agregando nuevas significaciones a lo que se espera de ellas en los distintos dominios de existencia. Cambios que ciertamente se constituyen en desafíos no sólo para las mujeres, sino también para los hombres, en el entendido que modifican y/o agregan significaciones a lo que se espera de las relaciones entre ambos.

De ahí que resulte útil considerar como marco referencial para nuestra reflexión, la incorporación de la perspectiva de género, que comenzó a articularse en los ámbitos académicos de Europa y de Estados Unidos y que, particularmente en América Latina, fueron en su momento las ONG quienes posibilitaron la emergencia de conocimiento en dicha materia . Distinguimos como género el constructo que incorpora aquellos aspectos psicológicos, sociales y culturales de la feminidad y de la masculinidad, que se adquiere mediante el aprendizaje cultural, donde se atiende a una multitud de complejos procesos: valores, prescripciones, mandatos, creencias, socialización diferencial de varones y mujeres que se dan de manera particular en cada cultura y en cada época histórica; del concepto de sexo, como aquel referido solamente a los aspectos biológicos, anatómicos y al intercambio sexual, que se hereda genéticamente.

La perspectiva de género propició en términos teóricos un proceso de descontrucción de la información, que posibilitó superar la invisibilidad analítica de la mujer en las distintas disciplinas, al señalar los prejuicios androcéntricos y etnocéntricos de los discursos, lo que a su vez, en términos prácticos estimuló la promoción de condiciones de mayor igualdad entre hombres y mujeres.

Todo lo anterior significó poner en el debate público y privado el cuestionamiento de la universalidad del modelo tradicional de ser mujer, principalmente el de madre, esposa y dueña de casa.

En el siglo XX se generan movimientos sociales que posibilitan la irrupción de la mujer en el espacio social, en una suerte de paso del ámbito puramente privado al ámbito público. Para algunos la gran revolución del siglo pasado es la emancipación de la mujer. En nuestro contexto más local, cabe recordar que sólo en la década de 1950 la mujer en Chile tuvo derecho a voto, para las elecciones presidenciales donde resultó electo Carlos Ibáñez del Campo.

Implicancias de la irrupción de la mujer en el mundo público

En el Mercado laboral

Uno de los hitos más significativos en el paso de la mujer de lo privado a lo público ha sido, sin duda, la incorporación creciente de la mujer al mundo del trabajo remunerado. En Chile se pasó del 28% al 35,6% entre 1992 y el 2002, siendo la de los hombres el 70%. Cifra comparativamente más baja que el 44% de América Latina y el 55 % y 50 % de Finlandia y Suecia respectivamente.

Sin embargo, a pesar de los grandes avances en esta materia, aún persisten condiciones de desigualdad y subordinación de la mujer respecto del varón. En nuestro país existe una participación diferenciada según estrato social, menos mujeres (1 de cada 4) del sector más pobre, comparativamente con las mujeres del quintil más rico, que lo hacen en un 52 %. Por otra parte la mujer recibe un salario menor por el mismo trabajo, situación que se acrecienta en los puestos de mayor jerarquía. (se estima una diferencia del 49,7% respecto de los varones).

Por otra parte a pesar de que es consenso que la incorporación de la mujer al mercado laboral, en los sectores más pobres, disminuiría un 8% de la pobreza de sus hogares (CEPAL), para ellas se vuelve aún más difícil conseguir trabajo en virtud de que paradojalmente la cobertura de programas preescolares en los sectores más pobres alcanza un 24%, a diferencia del sector más rico que cubre un 57%.

Tal situación se hace aún más compleja, al considerar que las responsabilidades de la mujer en el hogar se ven duplicadas, porque junto con aportar al ingreso, sigue siendo protagonista de la crianza y educación de los hijos. Algunos refieren la triple jornada laboral de la mujer: el trabajo remunerado, el doméstico-afectivo y el de su participación en la escuela, la parroquia, el voluntariado, el club de deportivo, etc.

En el sistema familiar

Es posible constatar en este ámbito la coexistencia de diversos tipos de ser familia: la nuclear, la nuclear monoparental, la extensa, la ensamblada, la de parejas convivientes, etc. Al respecto cabe mencionar que en el censo del 2002, un total de 341 mil hogares estaban integrados por mujeres solas con sus hijos, de las cuales casi la mitad era menor de 40 años.

También es posible observar una tendencia a la desinstitucionalización del vínculo matrimonial, mediante el mayor surgimiento de las convivencias y de las separaciones, como a su vez, el aumento de los hijos nacidos fuera del matrimonio y la postergación en la edad para ser padres y madres.

Al respecto contrasta llamativamente que si bien el censo del 2002 señala que el 38,6% de las mujeres entre 14 y 17 años deserta del sistema escolar a causa del embarazo y maternidad, por otra parte, es posible observar, especialmente en los sectores que gozan de más oportunidades de desarrollo, cómo muchas mujeres dedican gran cantidad de tiempo a la especialización profesional (diplomados, post-títulos, post-grados, etc.) lo cual las lleva a retrazar la maternidad, en una suerte de consideración subjetiva y objetiva de que ambas experiencias son irritablemente incompatibles.

En referencia al espacio urbano y existencial asignado a la familia, hoy más que antes, se ha vuelto más reducido, especialmente en los sectores pobres, donde la intimidad personal y de pareja, se ve obstaculizada a partir del hacinamiento de las viviendas.

Las mujeres y hombres trabajadores deben invertir mucho tiempo en el traslado al final de su jornada, lo cual resta espacio a la convivencia familiar.

El efecto de la modernidad y de la inserción de Chile en el capitalismo globalizado, les ha exigido a las familias ser un refugio emocional donde se obtenga la contención necesaria, ya que el Estado ha hecho retiro de su labor de protección y promoción social, transfiriéndosela crecientemente al mercado. Pero por ser anónimo, no todos pueden entrar en el mercado y las familias han tenido que compensar esta incapacidad de algunos y contener aquellos que fracasan en el intento. Podría decirse que desde lo social se está en deuda con la familia, ya que se le hace exigencias, sin por ello otorgarle los recursos necesarios para ejercer la misión que se le pide.

En el ámbito de la pareja

Se ha estimulado una búsqueda de la simetría en la relación, una distribución más equitativa y flexible del poder, de las responsabilidades afectivas y de las tareas domésticas. En el espacio de las subjetividades se han incorporado nuevas percepciones de las relaciones vinculares. Las mujeres han tenido que responder a muchas demandas diversificadas en sus distintos roles: de mujer, de pareja, de esposa, de trabajadora. Los varones por su parte, han recibido el impacto de participar más activamente en un espacio que hasta hace poco le era prácticamente ajeno. Al de proveedor tradicional se le ha agregado los quehaceres domésticos, el desarrollar su inteligencia emocional y el entrenarse en cómo educar y acompañar a los niños, todo lo cual dejó de ser una función exclusiva de la mujer.

En el ámbito del ejercicio de la sexualidad, se ha incorporado como un espacio de disfrute recíproco el acoplamiento sexual y se ha permitido la distinción entre parentalidad y coyungalidad.

Desde una mirada psicológica si bien todos estos cambios han posibilitado para las mujeres mayores niveles de satisfacción en sus relaciones significativas, han producido también la emergencia de algunos síntomas que son posibles de pesquisar en las investigaciones clínicas y epidemiológicas. Ellas asisten más frecuentemente que los varones a pedir ayuda terapéutica, presentan un porcentaje mayor de depresión, siendo el sector de mayor riesgo la mujer casada entre 25-35 años con hijos pequeños. Las mujeres padecen ciertos malestares subjetivos al no sentirse capaces de responder a tantas demandas. Muchas experimentan sentimientos de culpa, en una suerte de estar en deuda al sentir que no están donde debieran estar, lo cual algunas canalizan en mecanismos compensatorios y/o estrategias de sobrevivencia, especialmente en los sectores que carecen de mayores oportunidades. Tanto para las mujeres que encarnan los valores tradicionales de madre, esposa y dueña de casa, como para aquellas que encarnan los más alternativos que les permiten considerarse a sí mismas autosuficientes, y para la mayoría que tratan de conciliar ambas posturas, el contexto social cada vez más complejo, contradictorio y diverso, se les vuelve en muchas ocasiones factor de malestares que deterioran su auto-percepción y la de sus relaciones afectivas más significativas.

Propuestas y desafíos para las conversaciones:

- Al discernir sobre la mujer en lo social, resulta fundamental hacerlo desde un enfoque contextual relacional, con el propósito que el análisis y los discursos no se reduzcan a desagregar la información por género, sino más bien a situarla en su dimensión sistémica y dialogal, en la relación mujer - varón, ya que es precisamente en ella donde ocurren los cambios, los malestares, las posibilidades y los desafíos.

- En la misma línea es preciso no olvidar en nuestros análisis y conversaciones que la variable contextual socio-económica-cultural, supone considerar la coexistencia de diversos modos de ser mujer, y que la misma propone como imperativo ético atender a la discriminación que viven algunas mujeres de los sectores más pobres, ya que no es lo mismo ser mujer en los sectores más vulnerables y postergados, que ser mujer en los sectores de más recursos, donde las oportunidades de desarrollo y las alternativas de solución a los conflictos y malestares se hacen más posibles.

- Fortalecer una mirada de la complementariedad flexible de la diferencia entre ser varón y mujer, con el polar y doble propósito de no enfatizar a tal punto la simetría de los géneros, que signifique la rigidización de la competencia o rivalidad, y por otro lado, de no buscar exclusivamente la complementariedad de los mismos, que podrían en su defecto, amplificar la distancia y no encontrarnos más.

- Considerar los aspectos intra-personales que también nos proporcionan caracteres femeninos y masculinos, que cada uno de nosotros pone a disposición de los demás.

- Respecto a lo distintivo, ya que las mujeres nos auto-definimos más en el ámbito de las relaciones, a diferencia de los varones que lo hacen más en el ámbito de los productos o resultados, se podría comprender analógicamente desde lo humano el misterio maravilloso de la trinidad. Las mujeres invertimos más tiempo y energía en las relaciones interpersonales, hacemos más conciente nuestros alivios de los malestares, cuando en nuestras relaciones nos sentimos más confiadas seguras y contenidas. Quizás sea este precisamente el modo como Dios siendo tres personas en una misma naturaleza, se contiene, se confía y se propone como una dinámica de gratuidad.

- Al plantearse respecto a la posición de la mujer en la Iglesia en vista al bicentenario, es preciso considerar estos cambios como desafíos, como signos de los tiempos, y no como amenaza, que permitan construir sobre la igual dignidad entre varón y mujer. Es la igualdad (dignidad) en la diferencia (género) que nos posibilita el vivir en una sociedad verdaderamente humana.

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