"LA INSPIRACIÓN CRISTIANA DE LA POLÍTICA "Esteban Gumucio




Todos los grandes amores en los que los cristianos ponemos en juego nuestra fe, están sumergidos en la ambigüedad.

Como la ambigüedad del amor conyugal.


El amor gratuito es ideal y lucha, la experiencia nuestra es 1a de un amor con heridas o por 1o menos rasguños. Hasta el amor paterno y materno tiene su ambigüedad.


¿Es ansia de poder? ¿Es acaparamiento? ¿Es satisfacción egoísta?

En el amor, como en el arte y la cultura, puede haber vanidad, envidia, avaricia. Somos limitados y pecadores.

Así también es el amor a la Polis, la civilidad: la política es un amor a la comunidad: el objeto de la política es el Bien Común. Y es también ambigua.

El cristiano tiene que amar el Bien Común, sin el cual, se redobla la ambigüedad de los demás amores. Es esa nuestra condición humana, tejida de ambigüedades. Maldecir a 1a política, colocarse entre los intocables que no quieren ensuciarse, es matricularse en la sociedad de las vírgenes... Son precisamente los que pretenden ser angélicos, no contaminados, los que se tornan insensibles ante los más sagrados derechos del ser humano: aplaudirán las matanzas de los nazis, aplaudirán a los déspotas, con tal de vivir tranquilos en sus islas de ojos cerrados. San Agustín decía "¡Oh feliz culpa que nos merecería tal y tan gran redentor!"... Feliz ambigüedad de nuestros amores que nos valen ahora y aquí necesitar de nuestro Redentor, en todos los niveles de nuestra fe puesta concretamente en práctica. En el contexto cultural de nuestros días el Poder aparece como algo especialmente ambiguo. Hay en él una especie de contradicción insanable; es difícil separar el Bien del Mal; el egoísmo, de la entrega.


El Poder deja traslucir espectacularmente la insuficiencia humana, la disponibilidad del hombre para el bien y para el mal.

En nuestro mundo actual, el Poder tiene un rostro muy complejo y variado, formas de distinto signo: tiene que articular poder económico, poder político pedagógico, cultural, religioso. Toda organizaci6n entraña ya un tipo de poder. Ante tan compleja realidad hay cierta imposibilidad de identificar bien su rostro, ya que a menudo se presenta hasta sin rostro, como es efectivamente el rostro anónimo o enmascarado de los mayores poderes en 1a humanidad actual. Y todo tipo de poder es delicado de administrar. Con cierta razón el Antiguo Testamento presenta el poder como algo sujeto a 1o demoníaco... El hombre se envanece con el poder, se siente dueño de la vida y llega hasta posponer a Dios. Es el pecado de soberbia de Adán y Eva, quienes simbó1icamente vienen a ser la encarnación de la más grave tentaci6n del ser creado: no reconocer a Dios como Dios. El Poder y la Riqueza son hermanos gemelos: hacen que el hombre confíe en sí mismo y se olvide de su hermano: crean autosatisfacción y se pierde el sentido de nuestra fragilidad como dependientes de Dios. La ciencia puede salirse de su sentido propio y revestirse de poder para inflarse y convertirse en esclava del poder geopolítico o del poder económico; la técnica puede llegar a trocarse en poder de muerte y destrucción. No se juega con el Poder: su sentido pleno está en ese hombre, Cristo Jesús, puesto de rodillas delante de los Doce en la última Cena. El es el Maestro y Señor y se coloca en la actitud del servidor humilde: el hombre es su amo a quien sirve hasta entregarle la vida; esa actitud de rodillas es só1o posible para el que, primero, ha subido a1 monte a orar y ha reconocido en el rostro misterioso de Dios a los hombres sus hermanos a quienes quiere servir. Podríamos decir que allí, en Jesús de rodillas orando ante su Padre, y en Jesús de rodillas lavando los pies de sus discípulos, se encuentra el secreto de la política auténtica: búsqueda del poder para servir. En su sentido etimológico e histórico, la "política" hace referencia a la comunidad civil, ya sea local, nacional, o internacional, y a los intereses propios de esta comunidad. O sea, es la tutela y promoción del Bien Común: el servicio de tutelar y el servicio de promover. La actuación política será, entonces, la actividad de los ciudadanos puesta al servicio de la comunidad civil para la tutela y promoción del Bien Común. Precisando el concepto de "Bien Común", el Concilio Vaticano II 1o define como un "conjunto de condiciones que hacen posible a la sociedad y a cada uno de sus miembros el logro más fácil y pleno de su propia perfección"... En el mismo Concilio, en Gaudium et Spes, se 1o define como el conjunto de condiciones que hacen "accesible al hombre todo 1o que necesita para vivir una vida auténticamente humana, como son: el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado, a fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a la adecuada información, a obrar de acuerdo con la propia conciencia, a protección de la vida privada y al ejercicio de la justa libertad, también en materia religiosa. El poder político será realmente servidor del Bien Común cuando, respetando la legítima libertad de los individuos, de la familia y de los grupos intermedios, se esfuerce por crear eficaz y justamente las condiciones adecuadas para alcanzar el verdadero bienestar del hombre, incluido su fin espiritual.
Eso 1o decía Pablo VI en Octogésima Adveniens... En el fondo, este Bien Común es algo dinámico que estará siempre en camino, pero en un camino que tiene una dirección nítida: asegurar a todos y a cada uno de los ciudadanos sus derechos, servicio eficaz de todos los derechos humanos de todos y cada uno de los ciudadanos. El compromiso político, entendido en sentido amplio, no sólo como militancia en un partido, sino como empeño a favor del Bien Común, constituye para el cristiano un deber moral. Todos los cristianos deben hacerse conscientes de su propia vocación dentro de la comunidad política; tienen que ser un ejemplo vivo de sentido de responsabilidad y de servicio en Común. Éste es un deber de justicia y de caridad. Su ejercicio, su oportunidad concreta, se mide en dos coordenadas: la capacidad personal y la necesidad ajenal. Ninguno en la Iglesia está exento en algún grado de este deber, pues siempre, en alguna forma puede promover o ayudar a las instituciones que sirven para mejorar las condiciones de vida de los hombres. Pablo VI decía que la política es una manera exigente de vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás. En este sentido amplio, no como militancia en un partido determinado, también los ministros de la Iglesia están obligados en justicia y caridad. Y no tiene nada de raro que siempre haya algún grupo de poder que vitupere al ministerio eclesial por “meterse en política”. Quisieran que el ministerio eclesial sea meramente decorativo, utilizado como las flores en las bodas, en los bautizos y en los entierros. Pero cuando ese ministerio eclesial habla por ejemplo de opción por los pobres o de reformas serias y urgentes en el orden socio-económico, entonces, no sólo no se le hará caso, sino que habrá rasgaduras de vestiduras. Es que en el fondo, a todos nos cuesta un mundo dejamos interpelar por la radicalidad de Dios. Se dice que Mussolini acuñó la siguiente frase: “Yo me ocupo de los hombres desde que nacen hasta que mueren, y luego, se los entrego al Papa…” Si el ministerio eclesiástico aceptara ese papel marginado de la historia, encontraría ciertamente una determinada aceptación y paz social, en que realizaría tranquilamente una cierta vida exquisita al interior de sí misma. Pero sería renunciar al Evangelio. La Misión de la Iglesia es más importante que la Iglesia misma. Jamás debe pagar el ser reconocida al precio de renunciar al Evangelio de Jesús. La Iglesia es Iglesia de Cristo cuando existe “para los hombres". La comunión eclesial no puede ser una minoría de hacia dentro, ni tampoco una minoría de misión hacia afuera. Dicho de otra manera, toda comunidad eclesial es de carácter intrínsicamente servicial, y por 1o tanto, de alguna manera, político. “La política, decía Pablo VI, es una manera exigente de vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás; exigente, porque el Evangelio nos desafía a ser plenamente coherentes entre nuestras opciones políticas y el seguimiento de Jesucristo. Todos los cristianos, laicos y ministros eclesiales, tenemos que dar testimonio de la seriedad de nuestra fe, mediante un servicio desinteresado y eficaz a los hombres”. Y refiriéndose a la búsqueda de nuevos modelos de organización política, el mismo Papa decía: "La doble aspiración a la igualdad y a la participación se dirige a promover un tipo de sociedad democrática... Se han propuesto diversos modelos, de los cuales algunos han sido experimentados ya, si bien ninguno es satisfactorio del todo.
El cristiano tiene la obligación, de participar en esta búsqueda". En esta línea es muy interesante 1o que dicen los Obispos en el Sínodo del año 1971: "La misión de predicar el Evangelio nos exige hoy un empeño por la total liberación del hombre, ya en esta vida. De hecho, si el mensaje cristiano sobre el amor no demuestra prácticamente su eficacia en la justicia en el mundo, difícilmente obtendrá la credibilidad entre los hombres". En la base de la actividad política del cristiano está el valor cristiano esencial: es la caridad, la quinta esencia de todos los demás valores. En consecuencia, la inspiración cristiana, en su polo negativo, tendrá que traducirse en la denuncia y rechazo de todo 1o que se opone al amor fraterno. Por supuesto, no se refiere a un amor fraterno sentimental, sino que alude a todas las formas del egoísmo, que en último término afectan a las personas y a las estructuras sociales. Éstas son como cristalizaciones del egoísmo. Cristo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, que lleva implícita la transformación del cosmos, es el nuevo mandamiento de la caridad. El hombre que la fe revela y hacia el cual se orienta la acción política, no es un ente abstracto; es el hombre singular, concreto, histórico; cada persona humana con su nombre propio, creado por Dios y redimido por Cristo, el hombre como Dios 1o ha querido desde toda la eternidad. Esta aguda sensibilidad hacia el hombre concreto y el pueblo concreto, lleva al político cristiano a sentir vivamente la concreción histórica del pueblo.



Todo político está al servicio del pueblo. Tiene que existir con el pueblo.

No sólo trabajar para el pueblo, sino compartir su vida permanecer en comunión con él, hacerse interprete de las esperanzas y frustraciones que la historia ha ido sedimentando en la conciencia del pueblo. La inspiración cristiana en la política está lejos de ser una política de tipo anónimo y despersonalizado. Es 1o contrario de una manipulación del hombre.
El individuo humano no es un material en la construcción de un futuro tecnológicamente planificado.

El Evangelio y la Iglesia se yerguen contra el intento de valorar al individuo sólo en función de una evolución social dirigida por la técnica. Para el político de inspiración cristiana, este hombre concreto, histórico y real que se inserta en un pueblo también concreto, histórico y real, aparece identificado con el mismo Cristo: es Cristo.

Ésta es la más fuerte motivación para el amor-servicio. Juan Pablo II, en Redemptor Hominis, dice bellamente:

"Para nosotros, esta responsabilidad se hace particularmente evidente cuando recordamos la escena del Juicio Universal parabolizada por Jesús en Mateo 25... Tuve hambre y me diste de comer... etc. Es como un patrón de los actos humanos, como el esquema general para el examen de conciencia de cada hombre". El amor-servicio como categoría fundamental de la actividad política implica una serie de criterios y actitudes. Voy a mencionar a algunos criterios y actitudes que manifiestan una inspiración cristiana del compromiso político. • Actuar conforme a la propia conciencia debidamente informada. Esto es el ejercicio de una libertad responsable, 1o que no es símbolo de subjetivismo. Ella implica dejarse interpelar por el principio desinteresado del amor-servicio y no por el individualismo. La luz de las convicciones personales nos viene de la Palabra de Dios, recibida e interpretada en la comunidad eclesial. Nos viene del conocimiento de las alternativas que se ofrecen en la sociedad, demanda una información responsable, además de una convicción interna personal, que no se deja llevar por presiones. • Desarrollar el espíritu de iniciativa. Supone esfuerzo para descubrir el mundo de los otros, las situaciones de necesidad; exige inventiva e imaginación social para descubrir las instituciones y estructuras para servir. Así podemos hacernos cargo de la historia, ser corresponsales de la Creación. • Actuar de tal manera que las propias opciones respeten a las personas, la dignidad inalienable de todo ser humano. Desistir de instrumentalizar a nadie. Esto se expresa en la preocupación por la Justicia, en la opción por los desamparados y marginados. • Renunciar al interés personal en términos económicos, de prestigio, de carrera. También al interés de grupo, de categorías sociales, de partido, de iglesia. El único interés es la promoción del otro. "Hay más alegría en dar que en recibir". Así cobra sentido el espíritu de sacrificio. Los que buscan la paz y la justicia suelen tener que llevar la cruz de Jesús. • Cultivar un sincero respeto y amor hacia los adversarios políticos. Esto se traduce en un espíritu pluralista en 1o contingente, en un respeto por las opciones libres en la elección de los medios, en el llamado a la participación de grupos que procuren el Bien Común. Pero supone también una convicción en tomo a 1o necesario: en la defensa de la vida, en el rechazo a la tortura, al aborto, a la violencia, a la injusticia social. • Por último, la política exige un sentido práctico, una capacidad de concreción, como la que se refleja en la Parábola del Buen Samaritano, que resuelve el problema del herido abandonado en el camino. Es este sentido de 1o concreto 1o que nos lleva a considerar la economía como subordinada al bien del ser humano. Ella es un medio y no un fin, un medio para algo superior, en vista del cual requiere eficiencia social. Y esto vale no só1o para los bienes materiales, sino que también para alcanzar la libertad y el desarrollo integral. En síntesis, la sociedad tiene derecho a esperar un suplemento de alma de parte de los cristianos, si es que espera llegar a ser más justa, más humana y fraterna. Aquí está en juego la credibilidad del Evangelio encarnado en ellos.La fuente para llevar a la práctica una inspiración cristiana de la política es la relación personal con Cristo, presente en la Iglesia como lugar sacramental. Pero también en 1o secreto de la oración. La contemplación es sustentadora de la acción. Un discurso del Padre Arrupe ve al cristiano como un "hombre de fe profunda y de oración, entregado por amor de Cristo al servicio de los hermanos y a promover el Bien Común en todas las dimensiones". Éste es un hombre que no se cierra en el círculo estrecho y oportunista de un partido.

Un hombre que posee un gran sentido de Iglesia y que se deja guiar por su doctrina social y política.
Un hombre humilde que ha aprendido a escuchar a los demás y no sólo a los miembros de su partido o a sus electores.
Un hombre que en medio de las dificultades, mantiene incó1ume su confianza en Dios.
Un hombre que, aparte de dar testimonio con su vida, trata de encarnar en la sociedad los valores evangélicos del respeto, la fraternidad, el progreso humano, la justicia y la dedicación especial a los pobres.
En otras palabras, para santificar la política es indispensable que los políticos aspiren a la santidad.

Entradas populares