Somos, los viejos, unas hormigas jubiladas. Lo maravilloso es que Dios toma en serio a las hormigas.

De las memorias de un viejo insignificante

El día en que la enfermera me diga "Ya, tómese su lechecita", sabré que Tú, Señor, me estás
esperando para un encuentro próximo y definitivo. Ayúdame a no asesinarla...


La distancia entre mi mano derecha y las lazaderas de mis zapatos es casi tan grande como la
de Saturno respecto a nuestro planeta...


Es increíble todo lo que puedo caminar en mi habitación cuando logro asir mi bastón.
Recuerdo que, cuando era niño, me gustaba jugar a montar a caballo a horcajadas del bastón de mi
papá. Pero, ¿qué edad tenía mi padre cuando yo era ese niño ?...



Cuando me dicen "Se ve tan joven", "Se ve tan lindo con su barbita".... preferiría un silencio
respetuoso. Huele a discurso fúnebre.
La mayor gracia de la ancianidad aceptada es la experiencia de la poquedad de todo lo que
tengo y de todo lo que soy.
Es una experiencia serenamente gozosa que sólo el Espíritu Santo puede
regalar.
Es tan bueno ser insignificante cuando Dios es hermoso, poderoso y además es mi papá.

Somos, los viejos, unas hormigas jubiladas.

Lo maravilloso es que Dios toma en serio a las hormigas,
las cuenta una por una desde que el mundo es mundo.

Me gustaría fundar una Congregación de las hormigas de Dios, bajo la protección de San
Francisco de Asís.


Sería un Instituto sin reglamentos. La única exigencia para obtener la aceptación a
su ingreso sería la de haberse equivocado algunas veces, haber olvidado algo importante y querer
aprender a decir "Abba" desde el corazón.

Esteban Gumucio Vives

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