La Ecología Lírica de Andrés Gallardo Ballacey


Hay poetas y poetas: qué novedad.

Hay poetas que, más allá de la calidad intrínseca de su producción, han llegado a constituirse en hitos culturales, ya sea por haber iniciado un movimiento literario (tal es el caso de Rubén Darío), ya por haber sabido interpretar la identidad o los afanes de una sociedad en un momento dado (como ha sucedido con Pablo Neruda).

Por cierto, en ambos casos se trata de grandes escritores de la lengua castellana, cuya significación va más allá de su estatus mítico: Darío es mucho más que las etéreas princesas, entre odaliscas y damiselas francesas, así como Neruda es mucho más que un puñado de poemas de amor o un puñado de poemas furibundos.

Hay poetas cuya obra entera resiste el paso de los años y no termina nunca de hablarnos en lo más hondo y lo más digno que hay en nosotros. Tal sucede con Antonio Machado o con César Vallejo.


Hay poetas que, pese a su dilatada producción, han terminado arrinconados en una posteridad que sólo ve en ellos carne de declamación o de los cuales sólo recordamos un poema (cosa que, bien pensado, puede ser más que suficiente).


Entre los poetas que nos legaron poemas cuyo destino ha sido ser recitados en fiestas escolares o en veladas patrióticas se destacó en primera fila la lira patriótica de Víctor Domingo Silva.


En los años que siguieron a la Guerra del Pacífico no había acto cívico donde no se recitara con voz encendida de unción "Al pie de la bandera".

Junto con el ocaso del arte declamatorio y de las afusiones beligerantes, la imagen del poeta también se ha deslucido, quizás injustamente.


Hay algunos poetas que han seguido un destino notable: ellos mismos, en cuanto personas y en cuanto escritores, reposan plácidamente en el sueño del olvido y, sin embargo, los sobrevive misteriosamente un poema.


De toda una vida de ilusiones y de trabajo sólo un poema permanece en la memoria de sus herederos.

Probablemente, el nombre de Augusto Winter no diga nada al lector contemporáneo, pero si decimos "Reina en el lago de los misterios tristeza suma;/ los bellos cisnes de cuello negro de terciopelo/ y de plumaje de seda blanca como la espuma,/ se han ido lejos porque del hombre tienen recelo", muchos seguirán recitando esta entrañable elegía a la codicia y vanidad humana, capaz de desterrar a los cisnes de uno de los parajes más bellos del mundo.


Augusto Winter, nacido en los minerales del desierto nortino en 1868, fue a morir en Puerto Saavedra en 1927 y, aunque realizó una labor cívica de importancia, pues entre otras cosas fundó la primera biblioteca de la Araucanía, y una digna labor poética (entre otras cosas, reconoció el valor del joven Pablo Neruda), de él sólo recordamos "La fuga de los cisnes".


En estos tiempos en que la rapacidad del seudo progreso arrasa con todo lo que se pone a su alcance, Augusto Winter ha hecho revivir a esos cisnes del lago Budi con una actualidad que duele: "Si por ventura suelen algunos cisnes ausentes/ volver, enfermos de la nostalgia por contemplar/ el lago amado de aguas tranquilas y transparentes,/ ¡lo hallan tan triste, que alzando el vuelo, no vuelven más!".

Andrés Gallardo Ballacey

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