¿QUÉ CELEBRAMOS EN NAVIDAD?

El año litúrgico nos invita a celebrar la navidad más allá del día 25 de diciembre. Desde ese día hasta el 8 de enero recordaremos -entre otros episodios del Evangelio- la huida a Egipto, la visita de los magos de oriente al pesebre, y el bautismo de Jesús en el Jordán.
¿Qué celebramos en Navidad?
La respuesta puede parecer obvia: celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías esperado por Israel, el Salvador del mundo.
Pero ¿qué significa este nacimiento?
En la fe cristiana afirmamos que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Es el Logos (la Palabra) de Dios que ha tomado nuestra carne humana para venir a habitar -a plantar su carpa- entre nosotros (Juan 1,14).
¿Le tomamos el peso a lo que decimos en la fe?
Cada uno de nosotros está en cierto modo encerrado en su propio yo; no podemos salir de él. Lo que sí puedo, con la imaginación, es ponerme en el pellejo del otro; puedo tratar de comprender a los demás. Pero no puedo hacerme el otro, transformarme y convertirme en él. Y eso que ese otro es de mi misma naturaleza humana.
La maravilla que celebramos en Navidad es que Dios -el Creador, el Omnipotente, el que es absolutamente Otro, el Dueño y Señor de todo lo que existe, el que es Vida y la fuente de la vida, la Trinidad que vive feliz en su Amor interno (y podríamos seguir añadiendo títulos durante toda nuestra vida)-, la maravilla que celebramos es que Dios ha querido hacerse uno de nosotros, saltando el infinito abismo que separa a la creatura de su Creador. Y si ha podido estrecharse y encogerse de esa manera es porque Dios es Amor, y es su Amor el que es Todopoderoso: puede hacer todo lo que su Amor quiera hacer.
Dios, que nada necesita, se hace -en la persona de su Hijo encarnado como Jesús de Nazaret- una guagüita frágil, necesitada (¡y durante muchos años!) de protección y de cariño, de alimentación y de enseñanza.
Como todo ser humano que nace, Dios -en la persona de su Hijo encarnado- es mendigo, no tiene nada propio, y depende para vivir de lo que la gente de su entorno -empezando por sus padres- quiera y pueda darle.
Podemos mirar esto mismo desde una perspectiva ligeramente diferente. Nosotros podemos ser creativos, podemos imaginar obras de arte, nuevas formas de gestión de la producción de los bienes, mejoras al sistema político, etc.     Pero no podemos hacernos aquello que creamos, el literato no se puede hacer texto, el pintor no se puede hacer pintura, el músico no se puede hacer sonata. Sin embargo, lo que ningún creador humano puede hacer lo ha hecho el Hijo de Dios al hacerse hombre en Jesús de Nazaret.


¿Puede haber regalo más grande y más inmerecido que el que hemos recibido al nacer Jesús hace ya dos mil años? ¿Hay algo más gratuito que este gesto impensable de Dios, de hacerse uno de nosotros?


Un escritor del A.T. se asombraba ya de algo mucho menor. “Sí, pregunta a la antigüedad, a los tiempos pasados, remontándote al día en que Dios creó al ser humano sobre la tierra, y abarcando el cielo de extremo a extremo; pregunta si ha sucedido algo tan grande o se ha oído algo semejante:
¿Ha oído algún pueblo a Dios hablando desde el fuego, como tú lo has oído y quedaste vivo? ¿Intentó algún dios acudir a sacarse un pueblo de en medio de otro con pruebas, signos y prodigios, en son de guerra, con mano fuerte y brazo extendido, con terribles portentos, como hizo el Señor, Dios de ustedes, con ustedes, contra los egipcios, ante los mismos ojos de ustedes?” (Deuteronomio 4,32-34).


¿Cómo no llenarnos de asombro y gratitud ante este Dios inaudito que nace como uno de nosotros, y que nace en la pobreza y el abandono -en una pesebrera de animales, en las afueras del pueblo-, para poder estar cerca de todos? ¿Cómo no celebrar la Navidad, con un corazón desbordante de alegría por el Amor de Dios, por su benignidad, que se ha manifestado en Belén?
Tenemos que dar un paso más. La celebración llena de asombro y gratitud de la Navidad nos compromete. En cristiano, celebrar es acoger dentro de uno eso que celebramos.
Pero no para quedarnos aislados en el gozo individual de lo recibido, sino para dejarnos transformar por ese regalo que se nos hace.
No por nada nuestras celebraciones se hacen al interior de una Eucaristía, y en ella comemos el pan que es el Cuerpo entregado de Jesús y bebemos el vino que es su sangre derramada por nosotros y por toda la humanidad. Como ocurre con los alimentos que comemos, que nos dan su energía para poder vivir, así en la Eucaristía ese cuerpo y esa sangre de Jesús nos hacen capaces de hacer nosotros otro tanto y nos invitan a entregar nuestra vida a los demás, como él la entregó.






Fuente : iglesia.cl

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