Mujeres asesinadas, quemadas y golpeadas han sido protagonistas en esta semana en Chile









Los daños colaterales de la violencia hacia la mujer



Mi papá le pega a mi mamá





Mujeres asesinadas, quemadas y golpeadas han sido las protagonistas de esta semana. Historias y dramas que, además de herir a esposas, pololas y convivientes, arrastran consigo a los niños, testigos de cómo sus madres son golpeadas por quienes deberían, al menos, respetarlas, dejando cicatrices difíciles de borrar.



Por Beatriz Michell


Aquí hay papás?”, pregunta una niña, con cara de susto, mientras cruza la puerta. Está entrando por primera vez con su mamá a una casa de acogida del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), donde llegan las mujeres que han sido agredidas por sus parejas o ex parejas. Algunas después de un par de peleas violentas, otras después de años de maltratos, la mayoría llega con sus hijos. Actualmente, hay cerca de 130 niños y 120 mujeres viviendo en estas casas transitorias. “Lamentablemente, cuando acogemos mujeres violentadas, los hijos casi siempre traen secuelas graves de maltrato; una temática recurrente es el abuso sexual”, explica Natalia Obregón, sicóloga infantil que trabaja en casas de acogida. Hayan recibido golpes y abusos, o hayan sido sólo espectadores de la brutalidad de sus padres, el daño siempre es grande. “Hay niños que se tiran a defender a sus madres y reciben golpes o gritos. Acá hay un niño de 5 años que fue agredido por defender a su mamá”, explica Carolina González, sicóloga de una casa de acogida.

“Tía, mi papá se portó bien conmigo y me regaló hartas cosas”, le dijo un niño a Natalia el lunes pasado. Él no quería juntarse con el agresor, pero éste lo llenó de dulces y regalos apenas lo vio. “Es confuso para los niños, pero es un derecho del padre ver a su hijo y aunque el niño no lo quiera ver, lo tiene que ver igual”, explica la sicóloga infantil. Las reacciones de los niños son distintas frente a los papás golpeadores, y mantener la relación es un tema complejo. “Hay niños que se identifican con los agresores y repiten los patrones conductuales de machismo. Golpean y maltratan, incluso con insultos de género. Por ejemplo un niño de 4 años una vez me dijo: tú tienes vagina, así que no me hables”, cuenta Obregón.



AMOR Y ODIO

Para los pequeños, la violencia está normalizada porque han crecido en ese ambiente, e incluso hay algunos que justifican a los papás o que los ayudan, sobre todo si vivieron más tiempo con el agresor. Frases como “pero si sólo le pegó dos veces”, aunque la mujer haya quedado con graves daños, o “mi papá es bueno, ahora va a cambiar”, son recurrentes en algunos. “Entre los más grandes hay casos en que el papá, por ejemplo, les pasa plata para que vigilen que la mamá no salga con otro hombre”, dice la sicóloga. Muchos niños echan de menos a los papás, sobre todo en la etapa preadolescente, e incluso vuelcan su rabia contra la mamá, culpándola por haberlos alejado del padre. “Es súper dual el sentimiento que tienen algunos: dicen ‘mi papá le pegaba a mi mamá, pero yo quiero estar con él’”, explica Carolina González.

En este sentido, las niñas que extrañan a su padre se sienten más culpables que los niños. “Por un lado, no lo quieren volver a ver, y por otro hay sentimientos de afecto y de ligazón. Hay niñas más grandes que han recibido maltrato sicológico fuerte, igual que sus madres. Ellas siguen ligadas afectivamente, pero también les tienen odio”, señala Natalia Obregón.

También hay otros niños que odian a sus padres y no los quieren ver más. “Cuando hay niños que están muy traumados con la violencia y se enfrentan a peleas con sus pares quedan en shock, se paralizan, se hacen pipí o se hacen caca”, explica la sicóloga.

Muchos de estos niños, además, suelen siguen el ejemplo de lo que han visto y se convierten en personas muy agresivas, que se relacionan con gritos, golpes y patadas. Además, afirma Carolina González, crean un vínculo agresivo con la madre: “La madre tiende a castigar al niño para que el niño se quede callado o se coma la comida, y así el agresor no lo golpee. Tienen un trato súper duro hacia ellos, aunque sea una manera de protegerlos, y eso los pequeños lo reproducen. Los niños son muy sumisos con la madre, pero en la casa de acogida vuelven a ser más niños y empiezan a hacer travesuras”, agrega. Y las mismas mamás cambian el trato con sus hijos, porque en estos verdaderos refugios ya no los tienen que defenderse ni defenderlos de nadie. Natalia agrega que hay muchas madres que maltratan porque culpan a los hijos por las agresiones que reciben: “Muchas veces las agreden justificándose con los hijos, ese es el discurso de muchos agresores”.



Dibujos sin un brazo

Todos llegan con traumas. Algunos tímidos y callados, otros agresivos, todas las señales son síntomas de lo mismo. “Hay niños que llegan muy violentos y otros que incluso llegan con mutismo (no hablan), e incluso para que lleguen a decir ‘hola’ es un trabajo largo. Tratan de expresar todo lo que vivieron a través de esos síntomas. Escuchar los relatos o analizar sus juegos y sus dibujos es muy duro”, explica Natalia Obregón. El tratamiento se inicia con un análisis psicológico para tratar de hacer un diagnóstico. “Algunos cuentan inmediatamente que su papá golpeó a su mamá, dicen que los papás retan a las mamás o que hacen desorden, pero son pocos los que de manera instantánea logran determinar que lo que el papá hizo es malo. Eso es parte del trabajo sicológico”, dice. Los niños expresan todo a través de los juegos: agarran las figuras y las golpean o les dicen garabatos, representando fidedignamente las escenas familiares que ven cada día.

“En niños más grandes es impactante cómo hacen dibujos humanos deteriorados. Se supone que a los 10 años un niño hace figuras humanas con sentido de realidad, completas, pero estos niños hacen dibujos completamente distorsionados: mutilados, sin ropa”, explica la sicóloga infantil: “También hay casos en que los niños abusados se confunden, incluso hay algunos que quedan al borde de un brote sicótico, de perder el juicio de la realidad. Es tan fuerte la incidencia del maltrato que se alejan de la realidad, como buscando una salida, un mundo paralelo”.

La esperanza de estos niños de tener una vida completamente normal es remota. Las secuelas físicas se pueden borrar, pero las sicológicas siempre dejarán alguna cicatriz, aunque sea pequeña. “La recuperación nunca es completa. Lo importante es que el niño sea capaz de consultar cuando sea más grande, que se dé cuenta de las debilidades que adquirió y quizás vuelva al sicólogo. Cuando hablamos de reparación no hablamos de olvidar, hablamos de aprender a distinguir las cosas”, explica Carolina González.

“Es muy probable que los niños sean agresores y las niñas sean agredidas. Yo creo que van a tener secuelas para siempre, pero también apuesto a que si el niño es intervenido correctamente va a tener una vida más normal. Hay que alejarlos rápidamente de este contexto de violencia”, explica Natalia. Sin embargo, muchas mujeres tienen niveles de dependencia muy grandes con sus agresores, a veces económica, otras veces social o afectiva, y vuelven a vivir con ellos. De esta manera, el espiral de violencia se sigue reproduciendo, y los mismos niños que hoy sufren a causa de los gritos y golpes mañana pueden convertirse en los agresores. LND


El enemigo en casa

Sara (4 años) no fue al colegio el lunes después del día de la madre, ni del día del padre. No la mandaron a clases porque le podía dar pena. Hace casi dos años, la pequeña vio cómo su papá, Sergio Donoso, asesinó a su mamá, Claudia Vivaceta, con 20 puñaladas. “La niña no ha tenido consuelo todavía, llora todos los días y le dice a toda la gente: mi papá mató a mi mamá, es malo”, relata Gloria Alfaro, su abuela. Sarita va al sicólogo cada 20 días y no visita nunca a su papá, que está condenado a cadena perpetua simple. “El papá quiere ver a la niña y yo debería llevarla, pero yo no la voy a llevar, yo no puedo”, dice la madre de la mujer asesinada.

Si un niño que pierde a su mamá en manos de su papá no tiene tratamiento sicológico probablemente nunca se recuperará. Por eso, el Servicio Nacional de Menores (Sename) generalmente ayuda con la terapia sicológica de los pequeños, que quedan en custodia de un familiar. “Esto pasa en casos de conmoción pública o cuando los jueces de familia recurren al Sename, entonces el organismo se hace parte de las querellas y se preocupa de la atención integral de los niños. Pero muchas veces el Sename no se entera de lo que pasa”, explica Patricia Mesa, abogada que ha trabajado en el Sernam y el Sename.

Si la mamá muere y el niño no tiene familiares que se hagan cargo, los niños son ubicados en hogares de menores, con la esperanza de que se rehabiliten bien y puedan irse a vivir con una familia.



Textual desde La Nación Domingo

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