"TEOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA " por Karl Rahner



Hay personas que, sumidas en el apuro y en el trajín, en el ajetreo y en la actividad incesante de la vida cotidiana, sólo en día domingo van a poder leer y reflexionar con calma meditaciones teológicas como ésta. ¿No deberíamos aprovechar al menos el domingo -que puede ser también algo así como un respiro del hombre en medio de su cotidianidad- la oportunidad de esbozar algunas reflexiones sobre una teología de la vida cotidiana, de poner bajo la luz de la fe cristiana y de considerar como preguntas a la teología algunos asuntos de cada día, como el trabajo y el descanso, el comer y el dormir y todas aquellas cosas que pertenecen a ese ámbito? Naturalmente, siempre con la reserva de que en unas pocas palabras se puede decir muy poco, incluso sobre estas cosas sencillas, ya que lo más fácil suele ser en verdad lo más difícil para la teoría y la praxis.

Por ahora digamos tan sólo algo breve sobre la teología de la vida cotidiana en general.

Lo primero es que tal teología no puede pretender que ella pueda hacer de lo cotidiano un feriado. Esta teología dice ante todo: “deja tranquila a la vida cotidiana ser cotidiana”. Ni por los elevados pensamientos de la fe ni por la sabiduría de la eternidad se puede o se debe convertir a la vida cotidiana en un feriado. Lo cotidiano debe ser mantenido como tal, sin dulcificaciones ni idealizaciones. Sólo así será para los cristianos lo que debe ser: el espacio de la fe, la escuela de la sobriedad, la ejercitación de la paciencia, el santo desenmascaramiento de las palabras grandilocuentes y de los falsos ideales, la silenciosa oportunidad de amar de verdad y de ser fiel, la verificación del realismo que es la semilla de la más plena sabiduría.

Lo segundo es, empero, que la simple cotidianidad, asumida honestamente, esconde en sí el milagro eterno y el callado misterio que llamamos Dios y su gracia sigilosa, precisamente cuando y en la medida en que lo cotidiano permanece como tal. Puesto que todo ello constituye la vida cotidiana del ser humano, y donde está el ser humano éste es allí aquel que en su actuar libre y responsable abre las profundidades recónditas de la realidad. Pues también las pequeñas cosas cotidianas son o deberían ser verdaderamente como una porción interna de lo esencial, inserta en una vida realmente humana, es decir, en una vida que por la fe, la esperanza y el amor dirigidos a Dios con la completa y más radical libertad, tiene el peso del Dios eterno al que ella se aferra. A Él lo tenemos, en último término, no por nuestros ideales, ni por nuestras elevadas palabras, ni por la contemplación de nosotros mismos, sino por la acción que nos arranca de nuestro egoísmo, por la preocupación por los demás que nos hace olvidarnos de nosotros mismos, por la paciencia que nos hace mansos y sabios. Quien como ser humano acoge el tiempo, que es tan breve, en el corazón de la eternidad que lleva dentro de sí, capta de golpe que también las pequeñas cosas tienen profundidades inefables, que son heraldos de la eternidad, que son siempre más que ellas mismas, como gotas de agua en que se refleja la totalidad del cielo, como signos que indican más allá de sí, como mensajeros que se anticipan y que, como arrebatados por el mensaje que portan, preanuncian la infinitud adveniente, como sombras, que ya se nos vienen encima, de la verdadera realidad, porque, en efecto, lo verdaderamente real ya está cerca.

Y por todo ello vale lo tercero: hay que estar siempre como si fuera domingo, bien dispuestos para las pequeñeces y las humildes cosas deslucidas de la vida cotidiana. Ellas nos irritan sólo si las enfrentamos irritados; nos tornan obtusos sólo si no las comprendemos; se nos hacen rutinarias y banales sólo si no las entendemos bien y las tratamos de manera equivocada. Nos vuelven sobrios, tal vez nos cansan y nos decepcionan, nos hacen modestos y serenos. Pero ello es precisamente lo que debemos llegar a ser, lo que tenemos que aprender aunque este aprendizaje nos resulte difícil; es lo único que nos puede disponer para encaminarnos hacia la auténtica fiesta de la vida eterna que la gracia de Dios, y no nuestra propia fuerza, nos prepara. Las cosas cotidianas, en todo caso, no tienen que volvernos amargados ni malignamente escépticos.
Porque lo pequeño es la promesa de lo grande, y en el tiempo se va gestando la eternidad. Pero esto vale para los días de semana tanto como para el domingo.
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Karl Rahner,s.j.,teólogo, académico y escritor.
La traducción de Fernando Berríos Medel, con ayuda de Sergio Silva Gatica,ss.cc. Artículo publicado en revista Mensaje

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