En la Pascua de Mons. José Santos Alcarza, Homilía pronunciada en la Eucaristía de Exequias por Monseñor Goic


Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic
Fecha: 17/09/2007
País: Chile
Ciudad: Concepción

Testigo de la verdad

En la Pascua de Mons. José Santos Alcarza, fallecido en Viña del Mar el 14 de Septiembre de 2007. Homilía pronunciada en la Eucaristía de Exequias en la Catedral de Concepción, 17 de Septiembre de 2007.



Textos Bíblicos: II Corintios 4, 1-6. San Juan 18, 33-38.


Queridos hermanos y Queridas hermanas:

Reunidos en esta hermosa Catedral, testigo permanente de las alegrías y sufrimientos de nuestro pueblo, para celebrar el misterio eucarístico en memoria de nuestro querido padre y pastor Mons. José Manuel Santos Ascarza, queremos bendecir a Dios, Padre de la Misericordia, por el regalo que El nos hizo en la persona de don José Manuel. Ha partido a la Casa del Padre un verdadero testigo de Jesucristo y de la verdad del Evangelio. Ha terminado el tránsito en este mundo un chileno de excepción que honró a nuestra Patria con su vida y con su palabra.

Su larga y generosa existencia tuvo fundamentalmente cinco etapas:

1°) Desde su nacimiento en 1916 en Llay – Llay hasta su ordenación Sacerdotal en Roma el 7 de Diciembre de 1938. Tiempo de crecimiento, de descubrir el llamado de Dios, de profunda formación. Doctor en Filosofía, licenciado en Teología y Derecho Canónico. Tiempo de dejarse amar por el Señor y de entrega total a El, a su Iglesia, a los hermanos.

2°) Vive su ministerio, desde los 22 años, ordenado con permiso especial por su joven edad, en su Diócesis de Valparaíso. Profesor y Director Espiritual del Seminario, Profesor en la Universidad Católica de Valparaíso. Notario Eclesiástico del obispado. Asesor de la Acción Católica Universitaria. Formador de generaciones de jóvenes en el espíritu de Jesucristo y de su Evangelio.

3°) A los 39 años, el 4 de Diciembre, es ordenado obispo para la Diócesis de Valdivia. Su lema episcopal: “ El Señor es mi Fortaleza”. Es la divisa de toda su vida. En El, sólo en el Señor, ha puesto su vida y su ministerio. Casi 28 años es Pastor de Valdivia.

4°) El 17 de junio de 1983 asumió la conducción de la Arquidiócesis de la Santísima Concepción como su tercer Arzobispo, hasta, que por motivos de salud, renunció y el 31 de julio de 1988, me tocó asumir como Administrador Apostólico, hasta noviembre de 1989, en que Mons. Antonio Moreno C. fue nombrado como cuarto Arzobispo de Concepción.

Cuando don José Manuel fue nombrado Arzobispo de Concepción en su primer mensaje escribió: “Para ser pastor, según el corazón de Cristo, desde luego necesito conocer a todos los fieles. No se puede conocer bien si no se ama… un buen pastor debería poder llevar el amor verdadero de Dios que incluye el amor al hermano. Debería ser capaz de despertar el sentido del dolor y la reconciliación, el sentido de una unidad profunda de la comunidad de manera que seamos un único rebaño que peregrina hacia su único Señor a quien ama y a quien quiere semejarse”. Ustedes y yo somos testigos como vivió su ministerio en este estilo en la Arquidiócesis.

En su ministerio de obispo en Valdivia y Concepción, prestó extraordinarios servicios en la Conferencia Episcopal de Chile. Presidente de la Conferencia en los periodos 1968-69; 1970-71; 1980-81; 1982-83. Delegado de la Conferencia Episcopal de Chile al Sínodo de los obispos en 1961, 1971 y 1983. Miembro del Pontificio Consejo Cor Unum de 1971 a 1982.

Participó en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II y en la II Conferencia General del episcopado Latinoamericano en Medellín (1968).

Público diversos libros y cartas pastorales.

5°) En febrero de 1989 ingresó a la Orden Carmelita. Hizo su Noviciado en Calahorra, España y ahí mismo sus votos temporales. Cinco años más tarde sus votos perpetuos en Viña del Mar como Religioso Carmelita, hasta el fin de su existencia. Profundo conocedor de la espiritualidad carmelitana y de sus grandes místicos Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Recuerdo haberle hecho una entrevista vía fax en julio de 1989 cuando estaba en Calahorra publicada en “Nuestra Iglesia”. Al final le pregunté: ¿Querría agregar algo especial para Concepción?

“Por supuesto – me respondió – creo que Concepción tiene un empuje material infrenable, gracias a Dios. Minas, industrias, forestales, comercio, universidades, etc. Muestra una zona con futuro. Pero la paz y la felicidad de una región no consiste en su progreso material: él puede ser su propia fuente de infelicidad cuando no va acompañada de un auténtico progreso espiritual. Por eso creo que los cristianos tienen un desafío inmenso. Si hay locos que se juegan por la violencia, yo creo que es urgente que haya locos que se jueguen por la santidad y esto vale no sólo para los sacerdotes y monjitas, sino para todos, especialmente para nuestros jóvenes”.

Cinco etapas de una vida intensamente vivida, de una vida ennoblecida por su ser, su decir y su actuar.

Quiero invitarles a mirar más en profundidad y recoger tres aspectos de su vida y de su ministerio:

1- Su amor a Jesucristo como su único Señor

La Pasión central de su vida fue Jesucristo. Con Pablo pudo decir: “A ese Cristo Jesús, proclamamos como Señor; no nos pregonamos a nosotros mismos, servidores de ustedes por Jesús” (II Cor. 4,5)

“Estar con Cristo es estar con los grandes amores de Cristo y renegar de los grandes rechazos de Cristo”. Decía don José Manuel. Amar, conocer, seguir, servir a Cristo fue la razón de su existencia. Desde niño sintió su llamada. Y desde entonces hasta el final de su existencia lo amó con todo su corazón. Se llenó de El, de su Evangelio, de la Eucaristía, de la Oración diaria y perseverante. Jesucristo ha sido su fuerza, su alegría y gozo, el ideal de su vida, su único Señor y Maestro.

Vivió aquello, que recientemente el Documento de la V° Conferencia de Aparecida señalo: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo”.

2- Su amor apasionado a la verdad

En el Evangelio de hoy, ante la pregunta de Pilatos a Jesús, ¿Tú eres rey? Le respondió: “Yo Soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la Verdad. Todo hombre que está de parte de la verdad, escucha mi voz”.

Todo creyente debe buscar y amar la verdad. El obispo es maestro de la verdad. La tarea del obispo es ser testigo de la verdad que viene de Dios, que trae consigo el principio de la auténtica liberación del hombre. “El predicador del Evangelio será aquel, que aún a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende, ni disimula jamás la verdad por agradar a los hombres, por causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar”. (Juan Pablo II)

La fidelidad al Señor y al Evangelio total, a la verdad, le trajeron a don José Manuel, especialmente aquí y en su servicio a la Conferencia Episcopal, en diversas ocasiones, incomprensiones, ataques a su persona y a su misión pastoral. Pero, nunca, nadie, pudo desmentir lo que decía. Su voz de pastor estuvo al servicio de la verdad. San Gregorio Magno, en su época, reprochaba la falta de prudencia de algunos pastores, cuando decía: “Hay algunos pastores prudentes que no se atreven a hablar de libertad, por miedo de perder la estima de sus ovejas”. Ese reproche no le viene a don José Manuel. No. Al mal lo ha llamado mal; a la mentira, mentira; al crimen, crimen. Aunque doliera, aunque molestara. Porque sabía, ¡cómo no! que como seguidor de Jesucristo de toda una vida, que ¡la verdad y sólo ella hace libre a los hombres!

Un discípulo suyo en tiempo universitario, hoy un profesional, escribió en 1987: “En este período de oscuridad y dolor en la vida de nuestro pueblo, el Cura Santos ha sido un testimonio rotundo como un hachazo y luminoso como un relámpago. Un testimonio de la verdad sin desmedro de la justicia; un custodio del amor que cumple su deber en saciar primero la sed de los oprimidos. Un testigo que sabe mantenerse firme en la brecha, sin perder de vista la posibilidad de redimir al opresor y sin perder la sonrisa”. (Lautaro Ríos).

3- Su defensa apasionada de la Sagrada dignidad humana

Con qué fuerza, en su vida de pastor defendió la dignidad de la persona humana. Con qué vehemencia defendió la primacía del derecho por sobre el abuso del poder y de la fuerza.
Y ello, porque en virtud de la fe en Jesucristo y en su Evangelio, cuando el ser humano es calculado en su eminente dignidad, cuando se mantiene o prolonga su postración, la Iglesia y en ella el pastor debe hablar. Es parte de su servicio profético. Anunciar la verdad sobre el hombre y denuncia todo lo que se opone al plan de Dios e impide la verdadera realización del hombre. Denuncia para defender al hombre herido en sus derechos, para que se restañen sus heridas y para suscitar actitudes de verdadera conversión. Don José Manuel se hizo eco de las palabras del Apóstol que recién escuchamos:
“Ese es nuestro ministerio. Lo tenemos por pura misericordia de Dios y, por eso, no nos desanimamos. Repudiamos todo lo que no se puede confesar; no procedemos con astucia ni falsificamos el mensaje de Dios: manifestando la verdad es como merecemos ante Dios que nos aprueba cualquier conciencia humana”. (II Cor. 4, 1-2)

Don José Manuel en toda su vida de pastor fue fiel al mensaje de Dios. Pero particularmente en sus cinco años como arzobispo de Concepción y en su servicio a la Conferencia Episcopal, tuvo una especial actitud de defensa de la dignidad humana. Los llamados permanentes a la reconciliación, a la primacía del derecho, a la búsqueda de la verdad, la necesaria participación de todos para generar un país libre y digno fueron pilares de su palabra y de su mensaje. Su voz era escuchada con respeto en todo el país, junto a los demás obispos. Un hermano obispo, amigo de toda la vida Mons. Bernardino Piñera escribió de él: “Claridad de mente, firmeza de carácter y simpatía personal hicieron de José Manuel la figura central de la Conferencia Episcopal de Chile durante muchos años y tal vez los más difíciles de su existencia… es también, un hombre de carácter. Cuando ha tomado una postura, nadie lo mueve de ella, salvo con argumentos lógicos contundentes. Es firme como el acero para defender la verdad y la justicia. El llama bien al bien y mal al mal, sin atenuaciones ni medias tintas, ni matices. En esta firmeza reside su poder de liderazgo”.

Éste es parte de su rico e inmenso legado que reverentes recogemos. Lo recogemos todos con humildad y sencillez. Recogemos la fortaleza de su fe y de su amor a Dios. En la última etapa de su vida, desde la espiritualidad carmelitana, recogemos especialmente lo central de su vida y que la Santa mística española y universal Teresa resumió maravillosamente: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”.

El “Sólo Dios basta” fue su vida. Reconoció en Dios la primacía de su vida. “Reino de Dios quiere decir soberanía de Dios, y eso significa asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en El encontramos el criterio para medir el derecho entre los hombres”. (Benedicto XVI)

Nos deja de este mundo, cuando la Patria celebra su fiesta nacional. El 18 de Septiembre de 1987 dijo: “Hacer Patria es crear conciencia de los grandes principios de la persona humana y de la fe cristiana, es trabajar por convertir esos grandes principios en normas de nuestra conducta, es convertirlos en patrimonio de nuestra sociedad”.

¡Bendito Sea Dios por este Pastor que regaló a Chile! ¡Bendito Sea Dios que me regalo su amistad y el compartir parte de su ministerio pastoral!

¡El Señor Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, a quien amó y sirvió con todo su ser lo acoja en su Reino de Vida Plena!

¡Al Señor de la Vida y de la Historia, Honor y Gloria por los Siglos de los Siglos! Amén.


+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Cech.


Concepción, 17 – Septiembre – 2007.

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