¿NECESITAMOS EN EXCESO DEL SEXO DEL OTRO?



“Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne”. Gn. 2, 24.
El hombre y la mujer tienen el derecho a la identidad sexual y convertirse en la persona que han sido destinados a ser. Todo lo que se oponga al logro de esa realización de su sexualidad no puede justificarse ni apoyarse. Convertirse en un obstáculo en el camino de identidad y realización sexual del otro miembro de la pareja es como poner un obstáculo para que caiga el caminante y no logre sus metas.
Uno de los obstáculos más frecuentes es la proximidad sexual asfixiante.

El esposo que impide el desarrollo de la sexualidad del otro le está indicando en realidad que su sexualidad tiene que ser como él la quiere y no como debe ser. Esto convierte el desarrollo y crecimiento sexual del otro en una amenaza, en vez de una ayuda, para su propio crecimiento y desarrollo. Sin embargo, cada esposo tiene que seguir en el campo sexual viendo lo que es y quiere ser, ya que oponerse al crecimiento de la sexualidad del otro cónyuge es negarle un derecho.
Cuando un esposo va encontrando sus metas sexuales, no deja, por lo general, al otro esposo; más bien, le alienta y le ayuda a conseguirlo, para lograr de nuevo un acoplamiento mayor. Por lo general, ambos evolucionan y cambian sus papeles sexuales. Impedir estos cambios o desalentar al otro es limitar la relación y negarse a que evolucione, exponiendo al otro cónyuge a elegir entre la disyuntiva de realizarse a sí mismo o no.

Esta elección hay que hacerla en dirección del sí, ya que una relación sexual que no contempla la posibilidad de la mutua evolución va a tener corta duración y va a estar llena de problemas insolubles.
Necesitamos del otro esposo para fusionarnos en una sola carne, para poder ser y sentirnos padre o madre, para vernos acompañados como amigos… Además cuanto más se diversifican los distintos significados o funciones de la sexualidad humana, más reconocimiento y ayuda precisamos del otro; pero también mejor nos encontramos, porque, si falla una función o significado, tendremos a otros en que apoyarnos.


El arte de ser sexualmente feliz, en una vida en pareja, no es fácil. La pareja del pasado se organizaba, predominantemente, sobre la función reproductora; hoy se busca más una comunidad de vida y amor, donde realizarse como personas, como hombre y mujer; ya que, sólo en una comunidad de amor y de realización, pueden crecer y madurar los hijos como personas. Esto implica que la pareja se basa y tiene que organizarse para crecer, realizarse y acompañar al otro en los cambios necesarios y continuos, para llegar a esa meta de un proyecto común.
¿Necesitamos en exceso de la sexualidad del otro miembro de la pareja?
La sexualidad no es obligatoria, pero se nos ha educado en una dependencia genital excesiva del otro cónyuge, para tener y crecer en autoestima sexual. El reconocimiento de nuestra sexualidad por el otro conlleva ver nuestras carencias sexuales.
Los esposos tienen deseos genitales, que están relacionados con el otro esposo. Buscan y dependen genitalmente del otro en exceso. Dependen de sus dádivas, cuidados, y de sus aportaciones genitales y sexuales.

La educación del pasado ha propiciado esta dependencia, por definir el todo sexual por los órganos genitales. Lo que nos hace o convierte en dependientes de su amor, sexualidad, genitalidad, intimidad, ternura, caricia… Nuestra sexualidad sucumbe si no somos acogidos por el otro, que nos quiere lo suficiente, para ayudarnos a conquistar nuestra identidad y nuestra felicidad sexual.
El esposo o la esposa se convierten en el mejor espejo de la realidad sexual de uno mismo, que exige reconocer la etapa fundamental, que consiste en darse cuenta de nuestras carencias y heridas sexuales. Todos buscamos en la sexualidad del otro un reflejo en el que observarnos, que nos proporcione datos acerca de cómo nos ven la nuestra. Este proceso nos da seguridad y autoestima. Cuando comparamos nuestra sexualidad con la del otro miembro de la pareja, nos descubrimos vulnerables. La compañía sexual que el otro nos proporciona hace añicos la obsesión narcisista de no tener debilidades sexuales.
Los miembros de la pareja nunca deben olvidar que el otro siempre pone final al cierre egocéntrico de nuestra sexualidad, según el cual todo empieza y todo acaba en nuestra sexualidad.
El otro cónyuge nos quita la autonomía de nuestra sexualidad. Porque, pertenecer a una comunidad de vida y amor en pareja, es aceptar la renuncia a una parte de nuestra independencia sexual.
La clave, para que una sexualidad de pareja no termine asfixiando la proximidad sexual de ambos miembros, está en el compromiso responsable de una reciprocidad sexual compartida.

¿Podemos ser sexualmente felices sin los demás? ¿Hasta qué punto los necesitamos sexualmente? Si hay algo que la sexualidad de la pareja necesita para su armonía, desarrollo y realización en el gozo, es mantener una relación genital y sexual adecuada, donde la cercanía y la distancia de la pareja logren funcionar sin patologizar sus sexualidades. La total dependencia de sus sexualidades les hace sufrir en ocasiones injusticias, pues algunos esposos tienen poca o ninguna capacidad psicológica para ser autónomos y sexualmente libres.
Dependientes, adictos e irresponsables, abandonan al otro miembro de la pareja y lo utilizan para sus necesidades, invirtiendo así el lugar sexual que corresponde a cada uno. Los esposos sexualmente dependientes y adictos genitales convierten al otro miembro de la pareja en objetos de uso.
Cuando los esposos son incapaces de velar por los derechos sexuales de sus cónyuges, la vida sexual de la pareja comienza a funcionar mal y termina en relaciones enfermizas, que impiden crecer por falta de libertad sexual suficiente
.
De este modo, la sexualidad en pareja se convierte en un arte de saber caminar y acompañar al otro en sus cambios y realización sexual, sin olvidar que ambos tienen el derecho y el deber de evolucionar individualmente en sus sexualidades.
Tarde o temprano, el temor a la dependencia sexual aparece en la vida de toda pareja, en su camino hacia la madurez plena.

La dependencia se debe a que es difícil, o no sabemos, aceptar y respetar la distancia entre mi sexualidad, tu sexualidad y la del nosotros como pareja.
La sexualidad de la pareja no es esperar que el otro me haga feliz, sino beneficiarme de un intercambio gozoso que siempre genera una deuda sexual. Cuando compartimos nuestra sexualidad con el otro cónyuge, aparecen preguntas como éstas: ¿cuánto me va a costar esta relación sexual?,
¿a qué me compromete la fusión sexual?, ¿qué implica tener un hijo?...

La proximidad y la distancia que hacen posible la fusión de dos en una misma carne, apoyándole en un crecimiento y realización mutua, no es fácil.
El pegamento invisible que los mantiene unidos se despega si está demasiado tirante.

Pero, si están demasiado pegados o muy juntos, se enredan y producen una sobredosis de dependencia sexual, afectiva y emocional que ni uno ni el otro pueden mantener durante mucho tiempo. Cuando la proximidad con el otro se vive de modo asfixiante, la patología está muy cerca.
Resulta difícil, en la sexualidad de la pareja, encontrar la distancia adecuada, para que una relación funcione. Las dificultades nacen tanto por una sexualidad separada en exceso como por una sexualidad apegada en exceso. Las dos fomentan la autonomía sexual necesaria para crecer sin hacerse daño, y evitando una dependencia sexual que termine en una adicción patológica.
La convivencia sexual agobiante de uno, no permite mantener con él la distancia que le permite la posibilidad de vivir la sexualidad que desea. Es la distancia sexual adecuada con el otro lo que, a veces, no sabemos encontrar, quizá porque se trata de lo más difícil.

El encuentro sexual nos asusta, porque tememos perder en él una parte de la sexualidad de nosotros mismos. ¿Cómo podemos vivir entonces la sexualidad sin llegar a alienarnos? ¿Cuál es el límite?
Quizá el que nos permite un equilibrio justo entre lo que damos y lo que recibimos, lo que equivale a cumplir nuestros deseos, aceptando la responsabilidad que tenemos tanto hacia el otro cónyuge como hacia nosotros mismos.

El esposo y la esposa se sienten invitados a un peculiar diálogo, que no es ni puede ser idéntico al mantenido con el propio sexo. El diálogo sexual no tiene por qué identificarse con el genital en su contenido más estricto. Concebida y practicada como diálogo, la sexualidad será un instrumento de interrelación y descubrimiento del otro.

Conforme a tal revelación, los esposos se aproximarán más estrechamente o alejarán uno del otro. Cuando deja de ser diálogo, amenaza la armonía de los esposos.



Cosme Puerto Pascual, o. p.

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