La vida se escribe desde la sala 77 de un público hospital.




Dialogar del dolor es hablar de “ser humano”. Las raíces del dolor de todo tipo son las que me ahondan en lo más íntimo, siento una profunda llamada de atención, para situarme en qué contexto vivo, me veo y me miro en ellas y en sus enfermedades, hay un pedazo de mi en ellas, sin notar estas que les quiero dejar lo mejor que puedo dar aunque al reconocerlas se que no basta pues en sus gestos piden más amor...
Estoy tratando de escribir lo vivenciado,
sin embargo es un sin fin de hechos inexplicables que se me dan el público hospital, al cual estoy habituándome a llegar.
¿Qué cosas me suceden?
Descubro que el dolor es muerte y vida, desesperanza y esperanza, esclavitud y liberación, realidad insondable; noche y día; oscuridad y luz, agotamiento y fuerza, quietud y rabia, fragilidad ante la vida, pequeñez humana. Una estancia que se nos atiborra de profundas interrogantes y que sellan la raíz del ser por encontrar respuestas que indiquen cuándo se irán casa.
Le decía a ella que cumpliría un mes; ya perdió la noción del tiempo, se le detuvo, creo de igual forma me pasa a mí.

Cuando entro a la sala y veo sus rostros no veo ya a mujeres sino niñas que esperan amor, se les otorgue cuidado en el dolor, suplicando lleguen a verlas.

Cuando me voy, casi al final de la hora, parece en estar en paz, la puerta se cierra y llega la noche para apagar sus dolores, en el silencio todavía hay quietud sobretodo en atardecer.
¿Por qué tanto dolor en la vida y al mismo tiempo tanta alegría?
Razono que vivo un misterioso conmovedor y maravilloso acto de muerte y resurrección en Cristo Jesús, sin merecimiento.

Carol Crisosto Cádiz

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