SACERDOCIO Y CELIBATO

Así fue el celibato de Jesús, tal como admirablemente lo relata el teólogo español José Antonio Pagola: “Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo o minusvalore la familia. Es porque no se casa con nada ni con nadie que pueda distraerlo de su misión al servicio del reino. No abraza a una esposa, pero se deja abrazar por prostitutas que van entrando en la dinámica del reino, después de recuperar junto a él su dignidad.


Equipo SSCC Debates
En pocos días más, el 19 de junio de 2009, día del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Benedicto XVI inaugurará un anunciado “Año sacerdotal”. Será la oportunidad para reflexionar a fondo sobre este sacerdocio ministerial que desarrollan algunos varones célibes de la Iglesia católica. También para volver a plantear un tema controversial como el celibato, de tan frecuente discusión: su valor intrínseco, su exigencia actual, su fidelidad efectiva; la eventualidad de ordenar sacerdotes a hombres casados e, incluso, la posibilidad de entregar este ministerio a las mujeres.





Hace 42 años, en 1967, el Papa Pablo VI se planteaba el mismo tema; y en la encíclica “Sobre el celibato sacerdotal”, recogía las objeciones del momento respecto de dicho celibato. “Miremos honradamente las principales objeciones contra la ley del celibato eclesiástico, unido al sacerdocio” – escribía el papa. Las objeciones que recoge son las siguientes:
(1) Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas.
(2) El celibato encuentra su origen en mentalidades y situaciones históricas muy diversas de las nuestras, y los argumentos de entonces ya no estarían en armonía con todos los ambientes socioculturales donde la Iglesia está llamada hoy a actuar, por medio de sus sacerdotes.
(3) La pregunta acerca de si es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial, sin tener la de la vida célibe.
(4) La escasez numérica del clero, muchas veces vinculada a la exigencia del celibato, estaría provocando situaciones dramáticas en la Iglesia.
(5) Las sombras que pesan sobre la fidelidad al celibato podrían disiparse si éste se dispensara, lo que, por otro lado, permitiría a los ministros dar un ejemplo de vida cristiana, incluso en el campo de la familia.
(6) En virtud de su celibato, los sacerdotes podrían encontrarse en una situación física y psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana; lo que parecería muy injusto.
(7) Muchas veces el celibato es resultado de una formación no del todo adecuada y respetuosa de la libertad humana, y por lo tanto no de una decisión auténticamente personal; ya que el grado de conocimiento y de autodecisión del joven y su madurez psicofísica son bastante inferiores, y en todo caso desproporcionadas respecto a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí.

Por cierto, el propio Pablo VI se encargaría enseguida, en la misma encíclica, de ir discutiendo dichas objeciones, reafirmando la disciplina eclesiástica del celibato para el sacerdocio ministerial.

Hace un año, en 2008, el cardenal Carlo Maria Martini, en el libro-entrevista “Coloquios nocturnos en Jerusalén”, exclamaba con comprensible preocupación: “Se nos busca y necesita [a los sacerdotes], y somos tan pocos. ¿Por qué?” Y más adelante pedía “ideas” a la Iglesia católica para discutir incluso la posibilidad de ordenar a viri probati (hombres casados, pero de probada fe), y a mujeres. Tal como hace más de 40 años, en tiempos de Pablo VI, el tema continúa en la discusión y se hace, a veces, más apremiante todavía.

Pero toda esta discusión dejará siempre a salvo la posibilidad real de que algunas personas determinen consagrar su vida a Jesús y al Evangelio en una vida celibataria. Y esto, asumido con total interior libertad, con serena afectividad, no sin dificultades, con creciente gozo por la entrega, por un apasionado amor. Para ser célibes de verdad habrá que tener un apasionado amor por Cristo y por la humanidad. Más allá de fragilidades humanas, el celibato se hace posible: no para todos, quizá sólo para algunos, por gracia de Dios, como un don otorgado, sostenido por un obstinado y apasionado amor.

Así fue el celibato de Jesús, tal como admirablemente lo relata el teólogo español José Antonio Pagola: “Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo o minusvalore la familia. Es porque no se casa con nada ni con nadie que pueda distraerlo de su misión al servicio del reino. No abraza a una esposa, pero se deja abrazar por prostitutas que van entrando en la dinámica del reino, después de recuperar junto a él su dignidad. No besa a unos hijos propios, pero abraza y bendice a los niños que se le acercan, pues los ve como ‘parábola viviente’ de cómo hay que acoger a Dios. No crea una familia propia, pero se esfuerza por suscitar una familia más universal, compuesta por hombres y mujeres que hagan la voluntad de Dios. Pocos rasgos de Jesús nos descubren con más fuerza su pasión por el reino y su disponibilidad total para luchar por los más débiles y humillados. Jesús conoció la ternura, experimentó el cariño y la amistad, amó a los niños y defendió a las mujeres. Solo renunció a lo que podía impedir a su amor la universalidad y la entrega incondicional a los privados de amor y dignidad. Jesús no hubiera entendido otro celibato. Solo el que brota de la pasión por Dios y por sus hijos e hijas más pobres”.

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